Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 28 Nov 2023 - 09:00hrs
Varios son los balances que se pueden hacer del actual periodo presidencial, que cumplirá cinco años el próximo viernes y que, inmerso ya en el proceso electoral para la renovación de Poderes, se encuentra en su recta final.
Se habla y se hablará aún más del resurgimiento de la militarización, la centralización y el clientelismo en la vida pública. También puede uno referirse a la oportunidad desperdiciada para restaurar la tranquilidad —y, de hecho, el incremento en el número de expresiones criminales como la extorsión, el homicidio y la desaparición de personas—, así como el deterioro de la salud pública y el estancamiento de la riqueza per cápita.
Pero quizá el efecto más pernicioso de este lustro, por el riesgo de que se prolongue en el tiempo, sea la transformación del concepto de la política: de un oficio artesano de identificación de coincidencias y construcción de consensos, en un tótem ideológico, línea de producción de consignas y cernidor de visiones del país y del mundo. La polarización se ha instalado entre nosotros, como una omnipresencia. La supremacía del “nosotros contra ellos” ha carcomido los matices que existen en toda sociedad, restando a ésta su condición democrática.
En efecto, las mayorías mandan en democracia, pero esa mayoría pierde legitimidad cuando margina a las minorías. Peor aún, cuando la cabeza de esa mayoría anatemiza diariamente a la oposición, tildando de “traidores a la patria” a quienes forman parte ella; o llama “pasquines” a los medios informativos que cumplen con su deber de informar y ejercer la crítica, y “corruptos” a los órganos que constituyen contrapesos.
“La política es un medio para resolver conflictos mediante la negociación, la conciliación y los acuerdos y, en eso, se distingue de la violencia”, definió el politólogo británico Bernard Crick, catedrático de la London School of Economics y la Universidad de Harvard en su reconocida obra En defensa de la política (1962). Sin embargo, para el presidente Andrés Manuel López Obrador, la política es otra cosa. El pasado aniversario de la Expropiación Petrolera, reveló su entendimiento de este “noble oficio” al hacer una crítica de la manera en que el presidente Lázaro Cárdenas optó por un sucesor moderado, Manuel Ávila Camacho, en lugar de uno radical, Francisco J. Múgica. Desde su visión de “izquierda”, dijo entonces el mandatario, la política implica “anclarnos en nuestros ideales y principios, no desdibujarse, no zigzaguear”.
La concepción de la política del tabasqueño parte de un revisionismo de esta actividad, misma que, según él, se había fetichizado y podrido, y que ahora debe ponerse al servicio de un ente inasible que llama “pueblo”. Como es él quien define qué es el pueblo —y, por tanto, qué no es—, la política en la era del obradorismo ha sido todo aquello que funciona para sus propósitos de concentrar el poder.
Nada hay más opuesto a la edificación de consensos —vía la negociación, la conciliación y el acuerdo— que la instrucción presidencial a sus bancadas en el Congreso de “no moverle una coma” a sus iniciativas o preferir que pierdan la votación parlamentaria antes que ceder un ápice a sus “adversarios”.
La pregunta es si subsistirá esa visión de la política, de “todo o nada”, el próximo sexenio. O si regresará alguna forma de negociación, en la que las partes comprendan que no ganar todo significa no perder todo. Puede ser que esto suceda desde el inicio del próximo periodo presidencial, por congruencia con la idea de que la democracia implica pluralismo. O puede ser más adelante en el sexenio, por imperiosa necesidad, cuando nos alcance la realidad de unas finanzas públicas que no sean suficientes para cubrir los programas sociales, las pensiones, el servicio de la deuda y todo lo demás, que no es poco.
Lo cierto es que la polarización creada por el obradorato ha hecho imposible actuar sobre necesidades apremiantes de nuestra organización social, como reducir la tasa de informalidad de la economía (55%) o encontrar una solución real a la inseguridad.
Son temas con los que ningún partido gobernante podrá solo, a menos que se busque seguir imponiendo la verdad oficial, dejando intocados los problemas