Cortar amarras

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 21 Nov 2023 - 09:12hrs

Como periodista me ha tocado observar siete procesos de sucesión presidencial. Como interesado en el tema, he leído historia, he hecho entrevistas y me he documentado sobre muchos de los anteriores (por eso escribí, junto con mi compañero de páginas José Elías Romero Apis, el libro Poder y deseo. La sucesión presidencial en México, actualmente en circulación bajo el sello editorial Porrúa).


A partir de ello, puedo decir que nunca he sabido de alguien que aspire a ganar la Presidencia de la República como representante del partido en el gobierno y amarre su porvenir al mandatario en turno, como lo ha hecho Claudia Sheinbaum.


Lo anterior es simple constatación, no juicio de valor. Ella sabrá por qué lo hace. Quizá sea porque crea que, si así obtuvo la candidatura, también se llevará el cargo si hace lo mismo. Tenga éxito o no, su apuesta resulta heterodoxa y contraintuitiva.


Lo primero, porque los candidatos oficialistas suelen tomar distancia del presidente en turno. Algunos lo han hecho temprano, otros más tarde. Hay quienes lo han hecho de manera evidente y radical, otros de forma sutil. Pero ninguno ha faltado, pues en México sólo hay espacio para un presidente.


Lo segundo, porque la historia ha enseñado que los expresidentes casi siempre son figuras desdeñadas e incluso despreciadas. No bien se han desceñido la banda tricolor cuando ya comienzan a oler a viejo.


Recordaba Romero Apis hace unas semanas en Excélsior que cuando, en los albores del sexenio de José López Portillo, el expresidente Gustavo Díaz Ordaz renunció como embajador en España, tres meses después de asumir la representación diplomática, puso como pretexto su salud. Dijo que no estaba bien de la vista, pues “veo a dos presidentes”, refiriéndose de ese modo a las amarras que había dejado Luis Echeverría a su sucesor, mismas que poco después cercenó el mandatario en turno.


Echeverría había tomado distancia de Díaz Ordaz desde los días de la campaña electoral, al guardar un minuto de silencio, durante una gira por Michoacán, por los caídos en la Plaza de las Tres Culturas. Ya durante su presidencia, había dejado plantado a su predecesor, que lo invitó como testigo a la boda de su hijo Alfredo, enviando en su lugar al secretario de Gobernación.


Sheinbaum debe saber que, de llegar a la Presidencia de la República, tarde o temprano tendrá que pintar su raya con López Obrador. Y no solamente no ha comenzado a hacerlo, sino que ha insistido en que un eventual gobierno suyo será la continuación del actual, una segunda parte o segundo piso.


El domingo, al rendir protesta como precandidata única de la coalición formada por Morena, PT y Partido Verde, la exjefa de Gobierno capitalina repitió las palabras exactas que usó el presidente Andrés Manuel López Obrador el pasado 18 de marzo, al decir que quien lo suceda, si es de su mismo movimiento, no deberá “zigzaguear”; es decir, aplicar políticas distintas de las suyas.


Tampoco se trata, debo aclarar, de que la candidata oficialista haga lo que Josefina Vázquez Mota en 2012, cuando la panista dijo que su propuesta era de “cambio”. Claramente, quien es postulado por el partido del gobierno entraña la opción de continuidad, pero Sheinbaum, como nadie antes, ha tomado eso con demasiada literalidad.


Si la ganadora de la contienda fuese Xóchitl Gálvez, esa distancia con el expresidente se daría de forma automática. Pero Sheinbaum tendrá que marcar ella misma esa distancia, no sólo por ser la candidata del oficialismo, sino porque éste ha dejado muy claro –al entregarle el llamado bastón de mando– que ella le debe todo a él.


Habrá quien diga que no puede hacerlo porque se trata del presidente más poderoso de los tiempos recientes. Yo creo que justo por eso debe hacerlo. Sin duda, no de manera abierta y grosera, pero podría comenzar por dejar de repetir sus palabras y subrayar qué haría de distinto, que algo debe haber.


Tendría que hacerlo hasta por el bien del próximo expresidente. De otro modo, cuando tenga que romper, la separación será estruendosa.

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