![]() | Tinta y tinte de una mujerValeria Aime Tannos Díaz |
| 22 Abr 2025 - 10:01hrs
En Tinta y tinte de una mujer he hablado muchas veces de cómo las mujeres han sido parte activa de las grandes transformaciones de la historia de nuestro país. Hoy quiero contarles de una mujer que, en retrospectiva, parece haber sido de las mujeres políticas más importantes del siglo XX. Me refiero a Amalia González Caballero, una feminista, política, maestra, escritora, diplomática y una mujer que dejó huella en la historia de las mujeres en México.
Amalia nació en Santander Jiménez, Tamaulipas en 1898 y desde niña Amalia tuvo curiosidad por los estudios. Hizo la primaria en Padilla, luego se mudó a Ciudad Victoria para graduarse como maestra en la Escuela Normal. Más tarde su familia se mudó al Distrito Federal, donde Amalia se tituló como licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México además de estudiar arte teatral y declamación en el Conservatorio Nacional de Música e inglés en la Escuela Superior.
Pero que nadie piense que Amalia era una intelectual desconectada de su realidad. Todo lo contrario. Mientras escribía ensayos como “Cuatro estancias poéticas” u obras de teatro como “Cubos de novia” y “Cuando las hojas caen” también se atrevía a hablar de lo que nadie hablaba en su tiempo: las costumbres, los vicios sociales, el divorcio, y en general todo lo que incomodaba.
Además, no se quedó solo en el papel. Participó en la creación de la primera Unión de Actores Teatrales Mexicanos y lanzó un proyecto llamado “Teatro de masas”, una forma de llevar arte, cultura y reflexión a las colonias populares. Fundó centros culturales, organizó talleres de artes y oficios en cárceles y hasta abrió una escuela —la Héroes de Celaya— para las hijas de mujeres privadas de su libertad en Azcapotzalco.
Durante los gobiernos de Emilio Portes Gil y Lázaro Cárdenas, Amalia ocupó varios cargos públicos y diplomáticos. Desde ahí empezó a formar redes políticas sólidas y a construir lo que ella misma llamó el “feminismo de Estado”. Una visión que no se limitaba al voto universal de las mujeres, (aunque también luchó por él)
Su visión era más amplia: quería integrar de forma real a las mujeres en la vida nacional. Entre sus propuestas estaba la creación del Servicio Femenino de Defensa Civil durante la Segunda Guerra mundial, para capacitar a mujeres tanto en oficios “tradicionales” como enfermería o cocina como en otros considerados “para hombres” como mecánica o conducción de camiones.
También proponía establecer cuotas mínimas de mujeres en cargos públicos. Muchas de sus ideas no se concretaron en su momento, pero sin duda sembraron las bases para lo que vendría después.
Amalia logró algo que muy pocas mujeres podían imaginar en su época: tener un diálogo constante con presidentes como Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y, aunque un poco menos, con José López Portillo. Tener esa cercanía con el poder le permitió impulsar cambios importantes desde adentro.
Si quisiera narrar cada uno de los cargos y encargos que tuvo esta multifacética mujer no podría hacerlo en solo tres cuartillas, así que me limitaré a platicarles la que probablemente sea la actividad más conocida de la señora Amalia González Caballero, sus tareas diplomáticas
Durante la Guerra Fría Amalia fue embajadora de México en Suecia, Finlandia, Austria y Suiza. No era cualquier cosa: representaba a México en un momento de tensión global, cuando nuestro país buscaba mantenerse neutral sin desafiar el orden capitalista. Ser embajadora significaba ser la voz y la cara de México en el exterior, y Amalia lo fue con dignidad, inteligencia y valor. Querido lector, te dejo un dato fuerte: cuando Amalia entregó sus credenciales ninguno de esos países había tenido aún una mujer embajadora.
Y no terminó ahí. Después de su paso por el extranjero fue invitada al gabinete de López mateos como Subsecretaria de Asuntos Culturales de la Secretaría de Educación Pública, convirtiéndose en la primera mujer en ocupar un puesto de ese nivel en el Poder Ejecutivo Federal. En 1959 también fue la primera mujer en dar el Grito de Independencia en Dolores Hidalgo, representando al presidente.
Amalia murió a los 88 años. Tras su fallecimiento hubo intentos para trasladar sus restos a la Rotonda de las Personas Ilustres, pero no fue hasta 2012 que, gracias al impulso de feministas, diputadas, senadoras y admiradoras de su trabajo, se logró hacerlo. Así, sus restos fueron llevados del panteón de los tamaulipecos ilustres al antiguo Panteón de Dolores en la Ciudad de México donde están quienes han dejado huella en nuestra historia.
En resumen, la vida de Amalia fue un parteaguas. Representa lo mejor del esfuerzo, la inteligencia y la pasión de las mujeres mexicanas del siglo XX. Supo moverse entre lo institucional y lo artístico, entre la política y la escritura, entre el escenario y la diplomacia. Sin duda, su historia da para una novela o una serie (yo la vería feliz) y estoy segura de que más de una mujer —y más de un hombre también— se vería reflejado en ella.