Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 25 Sep 2024 - 09:54hrs
En la entrega del viernes pasado de esta Bitácora, le comentaba que en la lista preliminar de invitados a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum había una inquietante ausencia: la del rey Felipe VI de España.
En días recientes, estuve preguntando sobre si el jefe del Estado español estaría presente en la ceremonia del 1 de octubre. La respuesta que obtuve, de una fuente diplomática, es que en Madrid aún estaban decidiendo a quién enviarían.
Escuchar eso me pareció mala señal. Felipe VI, como escribí aquí, ha estado en todas las tomas de posesión de los presidentes de México de 2000 a la fecha, incluyendo la de Andrés Manuel López Obrador, la primera a la que asistió como monarca, pues a las de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto lo hizo como príncipe de Asturias.
Ayer por la tarde, se informó desde Madrid que España no enviará un representante a la asunción de la primera mujer que gobernará México, porque el gobierno mexicano decidió excluir al rey de las invitaciones. Es decir, algo que ni siquiera se hizo con el presidente ruso Vladimir Putin, quien tiene una orden de captura por parte de la Corte Penal Internacional (Moscú dio a conocer esta semana que Putin no vendrá).
Felipe comenzó a asistir a las tomas de posesión en 1996 –en ese entonces, en representación de su padre, el rey Juan Carlos– como parte de sus responsabilidades. Ha estado presente en más de 80 de ellas en los últimos 28 años. Prácticamente no hay ceremonia de asunción en América Latina a la que haya faltado en ese lapso.
Entre las tomas de posesión a las que ha asistido están varias de presidentes latinoamericanos que pueden ser colocados en el espectro de la izquierda. Algunos de ellos son los chilenos Ricardo Lagos, Michelle Bachelet y Gabriel Boric; los brasileños Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff; los bolivianos Evo Morales y Luis Arce; la argentina Cristina Fernández de Kirchner; el ecuatoriano Rafael Correa; el paraguayo Fernando Lugo; los uruguayos Tabaré Vázquez y José Mujica; el peruano Pedro Castillo; la hondureña Xiomara Castro; el colombiano Gustavo Petro, y el guatemalteco Bernardo Arévalo.
Ayer por la tarde, el Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación difundió un comunicado en que decía que “el Gobierno de España considera inaceptable la exclusión de S.M. el Rey de la invitación a la toma de posesión de la presidenta electa de México, Claudia Sheinbaum Pardo, el próximo 1 de octubre en Ciudad de México”.
Y agregaba: “Por este motivo, el Gobierno de España ha decidido no participar en dicha toma de posesión a ningún nivel”.
Es importante insistir en que Felipe VI es el jefe de Estado de España. Cuando el equipo de Sheinbaum justificó haber considerado la presencia de Putin en la ceremonia, dijo que había enviado invitaciones a todos los países con los que México tiene relaciones diplomáticas y que como Putin es el jefe de Estado ruso, en esa condición lo habían invitado.
Hay que recordar que las relaciones entre México y España se enturbiaron en este sexenio a raíz de que la Casa Real española no respondió una carta del presidente mexicano dirigida a Felipe VI, en la que le pedía que su país se disculpara por los agravios ocurridos durante la Conquista, un episodio histórico que sucedió cuando ni España ni México existían como países. En aquel momento, en 2019, publiqué en esta Bitácora que Madrid consideraba que el rey Juan Carlos ya había ofrecido una disculpa, como la que pedía López Obrador, durante una visita que realizó a Oaxaca en los años noventa.
Al momento de escribir estas líneas, la Presidenta electa no había manifestado su opinión sobre la decisión de España de no acudir a la ceremonia. Sin embargo, es muy difícil considerar que el presidente saliente no fue quien pidió excluir a Felipe VI de la toma de posesión.
Si efectivamente fue así, es muy lamentable que el inicio del nuevo gobierno no sea una oportunidad para superar el absurdo distanciamiento con un país que es tan importante para México y que ella haya dejado que López Obrador –una vez más– la someta a su voluntad, al punto de decidir quién viene a su fiesta y quién no.