Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 16 Sep 2024 - 10:46hrs
VARSOVIA.- Durante mi viaje de cobertura periodística en Ucrania, que terminó ayer, visité el caserío de Yahidne, en el óblast (provincia) de Cheníhiv, unas dos horas al norte de Kiev y a menos de 70 kilómetros de las fronteras de Rusia y Bielorrusia.
La mañana del 3 de marzo de 2022, los cerca de 400 habitantes de este poblado se despertaron con la presencia de soldados rusos. Todos fueron sacados de sus casas y conducidos a la escuela local. Obligaron a 360 personas a bajar al sótano, un lugar húmedo y oscuro, dividido en cuatro cuartos, con una superficie total de 192 metros. El rehén más joven era un bebé de mes y medio de nacido y el mayor tenía 93 años de edad.
Allí permanecerían 27 días. Hacinados, sin luz, sin ventilación, con muy poca agua para beber y raciones de comida que consistían de pan enmohecido y papas. En el piso superior, los rusos instalaron su cuartel, confiados en que los defensores ucranianos no los bombardearían sabiendo que los habitantes de Yahidne estaban en el sótano. Es decir, éstos fueron usados por sus captores como escudos humanos.
“Esos 27 días fueron un infierno”, recuerda Iván, administrador de la escuela. “No había aire suficiente para respirar. Las exhalaciones se condensaban en el techo y las paredes. Todo estaba empapado. Nos tuvimos que desvestir para soportar el calor”.
Al décimo día del cautiverio, Pavlo Muzika, de 91 años de edad, se convirtió en el primero en morir. Había sobrevivido la Segunda Guerra Mundial, pero su cuerpo no pudo resistir el maltrato y la falta de oxígeno. “Murió asfixiado”, dice Ludmila, enfermera, nieta de los primeros colonos de Yahidne. Los rehenes pidieron permiso para enterrarlo, “pero los rusos apenas nos dejaron sacar el cadáver y cubrirlo de cal”.
Otras nueve personas fallecerían en ese sótano, mientras los invasores vivían en las casas de los pobladores, se comían sus provisiones, dormían en sus camas y se aseaban en sus baños. Las pocas personas que no habían acatado la orden de bajar al sótano fueron encontradas y fusiladas.
Cuando las fuerzas ucranianas lograron retomar el poblado, el 30 de marzo, lo primero que encontraron fueron los cuerpos de las víctimas. Encerrados en el sótano, los rehenes tumbaron la puerta para salir. Cuando entraron, las autoridades no daban crédito a lo que veían. Los habitantes decidieron dejar todo igual, como testimonio de lo que había pasado. Ver todo eso hiela la sangre. Con garabatos sobre una pared y una puerta —hechos con carbón, “porque sólo así se podía escribir sobre la superficie húmeda”—, los rehenes iban contando los días… y los muertos. Son las evidencias de un crimen de guerra.
Por ahora, la escuela sigue cerrada. “Los niños no se atreven siquiera a acercarse al lugar”, dice Olga, máxima autoridad en el poblado, quien se salvó de ser capturada y encerrada en el sótano porque estaba en Ivanivka, cabecera del distrito, en una reunión de alcaldes para organizar la defensa.
Escribir informadamente sobre lo que ha pasado en Ucrania es importante para no permitir que la historia se construya con base en noticias falsas. Por eso vine por segunda vez a Ucrania desde el inicio de la invasión: para poder ver las cosas con mis propios ojos y contar lo que dicen los testigos.
Además, la agresión rusa continúa, pues si bien ya no hay fuerzas invasoras en el territorio del óblast de Cheníhiv, todos los días llueven misiles y obuses sobre la franja fronteriza. El día que estuve allí cayeron 43 proyectiles en un lapso de 24 horas, “y eso fue un buen día”, me dijo el gobernador Viacheslav Chaus.
Casi 80 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, todavía hay gente que niega el Holocausto. Si la desinformación no es mayor, es gracias al trabajo de corresponsales de guerra como la fotógrafa estadunidense Lee Miller (1907-1977), quien documentó los horrores cometidos en Dachau y otros campos de concentración.
Por cierto, la película biográfica de Miller acaba de estrenarse comercialmente. Es muy afortunado que uno de los primeros lugares donde pueda verse sea aquí en Polonia, país que sufrió como pocos la guerra de exterminación de los nazis.
Qué importante es dejar esos testimonios.