¿Ortiz Rubio o Cárdenas? El manual de Sheinbaum en el postimperium de YSQ

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 09 Sep 2024 - 08:54hrs

No ha habido, desde Plutarco Elías Calles, un Presidente que termine su periodo con tanta fuerza como Andrés Manuel López Obrador.


Y aunque varios de sus predecesores quisieron prolongar su mandato –ya sea de jure o de facto–, ninguno ha buscado eso con tal ahínco ni ha tenido tantas posibilidades de concretarlo como el tabasqueño.



Calles se convirtió en el factótum del país durante casi 12 años, entre 1924, cuando asumió la Presidencia por un cuatrienio, y 1936, cuando partió al exilio en Estados Unidos.


En 1928, luego del asesinato de Álvaro Obregón, impuso como presidente interino a Emilio Portes Gil y después escogió a Pascual Ortiz Rubio, un político mediano, quien se desempeñaba como embajador en Brasil, para ser primer candidato del Partido Nacional Revolucionario, organización fundada por él para concentrar el poder, que estaba disperso entre varios jefes regionales revolucionarios, e institucionalizar al nuevo régimen.


Ortiz Rubio fue un mandatario débil desde el inicio de su gobierno, en febrero de 1930. El mismo día que tomó posesión, fue baleado a las puertas de Palacio Nacional. Sometido a Calles, en cuya casa de la colonia Anzures se tomaban las decisiones reales, y hostigado por los diputados “rojos” del PNR, el michoacano terminó por renunciar en septiembre de 1932, un día después de su segundo Informe.


Le siguió Abelardo L. Rodríguez, como tercer presidente de un sexenio que debió haber sido para Obregón, el único que le hubiera podido disputar la jefatura de la Revolución. Para las elecciones de 1934, Calles echó mano de otro michoacano, el general Lázaro Cárdenas, quien se había unido a su causa en 1915. “Chamaco”, le llamaba el sonorense.


Calles impuso a Cárdenas en varias posiciones en su gabinete. Incluso a su hijo Rodolfo, quien empezó el sexenio como secretario de Comunicaciones, un área que concentraba varios negocios de la familia.


Igual que a Ortiz Rubio, Calles quiso maniatar al nuevo presidente mediante el activismo de los sectores radicales del partido. Sin embargo, Cárdenas, a diferencia de su paisano, no se dejó. En junio de 1935, pidió la renuncia de todo el gabinete y removió a los callistas. En lugar de Rodolfo Elías Calles, puso a su amigo Francisco J. Múgica, quien se convertiría en el mensajero entre los dos hombres fuertes.


Finalmente, en abril de 1936, Cárdenas mandó poner a Calles en un avión que lo depositó en Brownsville, Texas. El encargado de notificar la decisión presidencial al Jefe Máximo fue el general Rafael Navarro Cortina, jefe de las fuerzas militares en la capital, quien lo sacó de su casa en pijama. Se cuenta que el sonorense llevaba bajo el brazo el Mein Kampf, del canciller alemán Adolfo Hitler. No regresaría al país sino hasta finales del sexenio de Manuel Ávila Camacho.


Sólo ha habido dos modelos en la historia moderna para enfrentar a un expresidente que quiere seguir mandando: el de Ortiz Rubio y el de Cárdenas. El primero terminó renunciando; el segundo, enviando al exilio a quien quería subyugarlo. A menos de que la próxima Presidenta invente el suyo propio, uno en el que logre imponer su autoridad y López Obrador se conforme con vivir su postimperium alejado de la política, Claudia Sheinbaum tendrá que elegir entre aquellos dos.


Desde luego, eso dependerá también de López Obrador. Un Presidente que quiere mantener su poder hasta el último minuto del sexenio; cuyos incondicionales abarrotan el Congreso y los gobiernos estatales; que se lleva de paseo a su sucesora por el país, y que le da recomendaciones en público sobre cómo integrar su gabinete y qué obras públicas debe hacer o continuar, difícilmente aceptará estarse quieto, recluido en su finca de Palenque, como no lo estuvo el general Calles en la suya de Ixtapaluca ni, en tiempos más remotos, Antonio López de Santa Anna en la de él en Manga de Clavo.


 

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