Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 26 Ago 2024 - 08:01hrs
“Se ha logrado que la transición se esté dando con armonía, con estabilidad; no hay crisis política, no tenemos una crisis financiera”, dijo el presidente electo Andrés Manuel López Obrador el 5 de septiembre de 2018.
Ese día, a su llegada al aeropuerto de Monterrey, los reporteros preguntaron al tabasqueño si el país estaba mejor que seis años antes.
“Yo no quiero juzgar a nadie”, respondió. “Estoy viendo para adelante. Creo que necesitamos unirnos, no pelearnos”.
Seis años después, el hoy mandatario parece haber olvidado esas palabras y el entorno en el que tomó posesión. A poco más de un mes de concluir su gobierno, culpa al pasado de todo lo que no pudo realizar, y se dedica a hacer cuanto está en sus manos para dejarle una situación delicada a su sucesora.
No hay armonía. Más de 50 mil empleados y juzgadores del Poder Judicial federal están en las calles, demandando que se detenga el proceso para aprobar una reforma que los dejaría sin carrera y sin los recursos que han ahorrado para sus pensiones y otras prestaciones, y que, en los hechos, conculcaría los derechos constitucionales, pues dejaría de haber jueces independientes para garantizar lo que el jurista José Elías Romero Apis ha llamado acertadamente “el más importante de todos: el derecho a defender nuestros derechos”.
Tampoco hay seguridad pública, la misma que él varias veces aseguró que habría antes de cumplir la mitad de su periodo. En ese terreno, las cosas están mucho peor que hace seis años, pues el sexenio terminará con cerca de 200 mil homicidios dolosos, esto es 28% más que en el gobierno de Enrique Peña Nieto y 66% más que en el de Felipe Calderón.
En 2018 no había una crisis de personas desaparecidas como la que se vive en la actualidad, con más de 51 mil ausencias no resueltas ocurridas durante la presente administración, casi la mitad de todas las que están registradas desde los años 60.
Y mucho menos un control territorial como el que tiene la delincuencia organizada en diversas partes del país. Por ejemplo, en Chiapas, entrada de la República, donde ha habido levantones masivos de pobladores y flujos constantes de desplazados que buscan desesperadamente dejar la zona de conflicto entre las dos organizaciones que se disputan para sus fines ilícitos la región de la sierra y la franja fronteriza con Guatemala.
Con Estados Unidos no se podía decir que las cosas estuviesen dóciles hace seis años, pero eso era porque quien estaba en la Casa Blanca era Donald Trump, aunque recordemos que para estas alturas del sexenio pasado ya llevaba un año renegociándose el Tratado de Libre Comercio de América del Norte —del que Trump amenazó con salirse—, proceso que concluyó exitosamente con la aprobación del T-MEC.
Hoy, el presidente estadunidense es Joe Biden, un hombre infinitamente menos complicado que su antecesor y con el que López Obrador está terminando su gestión confrontado. Increíblemente, como si estuviésemos en los tiempos de la retórica dura de los siglos XIX y XX, el mandatario mexicano acaba de recordar las guerras de intervención y, todo, porque el embajador estadunidense declaró que la reforma judicial podría ser perjudicial para la democracia, el Estado de derecho y la relación comercial entre los dos países, opinión con la que coinciden numerosos expertos.
Dicha reforma —que no es otra cosa sino una venganza del Presidente contra el Poder Judicial por no plegarse a su voluntad— amenaza con recrear escenarios que creíamos idos, como las sucesiones de 1982 y 1994, cuando los mandatarios salientes, por acción u omisión, le dejaron un terreno minado a los entrantes, en lo económico y lo fiscal, cosa que afectó no sólo la gestión de éstos, sino también la marcha misma del país.
No, el país no está mejor que hace seis años, cuando lo recibió López Obrador, sin crisis, y dijo tener las soluciones para enderezar lo que estaba mal.
Hoy, a punto de decir adiós, el Presidente sigue culpando al pasado, a sus adversarios y a Estados Unidos de todo lo malo que sucede, pero seguro se va tranquilo porque logró demostrar lo único que realmente le importa: “quién manda aquí”.