Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 11 Sep 2024 - 10:38hrs
En la Bitácora del miércoles pasado, pregunté, uno por uno, a los 43 senadores que entonces estaban en la oposición, quién de ellos traicionaría la decisión de los electores que votaron por ellos y se sumaría al oficialismo para darle la mayoría calificada y aprobar así, por órdenes del presidente Andrés Manuel López Obrador, una reforma judicial que resultará venenosa para la República y la democracia.
Hoy sabemos su nombre: el senador Miguel Ángel Yunes Márquez. Él fue el traidor, el que se dobló, el que se puso de rodillas ante el poder después de haber dicho públicamente que votaría en contra.
El oficialismo consumó así el objetivo de darle gusto al autócrata. Morena y los partidos paraestatales necesitaron de lo más vil de la política para cumplir su propósito.
Primero, torturando la aritmética y torciendo la historia legal al sostener, a través de diferentes voceros, que la mayoría calificada se lograba con 85, cuando aún tenían dudas de que iban a obtener, mediante malas artes, ese voto que necesitaban.
Segundo, echando mano de las fiscalías –la General de la República y las de los estados de Veracruz y Campeche– para intimidar a los senadores Miguel Ángel Yunes Márquez y Daniel Barreda Puga, recurriendo incluso a la presión contra sus familias, cosa de la que se abstienen hasta los mafiosos.
Tercero, rodeando la sede alterna, donde votaron la reforma, de granaderos que nos dijeron que ya no existían en la Ciudad de México.
Habiendo cubierto la vida pública desde hace 36 años, puedo asegurarle, lector, que no me ha tocado ver maniobra más nauseabunda que la que hemos presenciado en los días recientes, una de la que se privarían los plomeros políticos más inescrupulosos que he conocido. Y mire que he visto cosas.
Esté usted seguro: la historia registrará que el oficialismo, con el pretexto de hacer una reforma para dizque democratizar el acceso a la justicia, puso a los tribunales al servicio del poder político, para someter, mediante la amenaza de cárcel u otras sanciones legales a todo aquel que se le oponga o siquiera denuncie las tropelías y corruptelas que, ya lo sabemos, es capaz de hacer este movimiento cuyo disfraz de cordero lo hace pasar por benefactor de los mexicanos menos privilegiados.
Ésta es una reforma a la justicia que se logra mediante la coacción y la extorsión a los legisladores de la oposición. Ésa es su naturaleza original y ése será el signo que habrá de tener. Para que naciera, se debió echar mano de las fiscalías, cuyo cambio jamás estuvo contemplado por los supuestos reformadores, pese a que en ellas reside el cáncer.
Qué ironía: para sacar adelante la orden presidencial, tuvieron que echar mano de personajes de apellido Yunes, uno de los cuales –de acuerdo con distintos recuentos periodísticos, aparecidos en diarios como La Jornada– un día le mandó travestis al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, durante una visita a Veracruz, buscando humillarlo, y que, durante un tiempo, no se cansaba de insultar al propio López Obrador. Alguien podría decir que no tienen memoria. Pero no: les sobra cinismo.
Imagínese –diría el clásico– tener que recurrir a una dupla de senadores, padre e hijo, que hicieron una pirueta ridícula, alternándose la titularidad del escaño en cosa de horas. Imagínese tener que echar mano del nepotismo, una perversión que también recae sobre quien permitió el registro de esa fórmula.
La desvergüenza quedó asimismo evidenciada al sostener el oficialismo que las iniciativas del 5 de febrero recuperaban el espíritu original de la Constitución de 1917, cuando el diario de los debates de aquellos constituyentes –como he publicado aquí– está llena de advertencias sobre los males que podría producir la elección de juzgadores, razón por la cual ese despropósito, eje de la actual reforma tóxica, no entró en la Carta Magna.
En estas horas oscuras para la República, cada quien tendrá que hacerse cargo de sus votos y sus opiniones. Quienes por corrupción, ingenuidad o miedo se han prestado para dar el golpe y han abierto el jarrón de la desventura –soltando toda clase de consecuencias negativas, como veremos tarde o temprano– cuentan todos con nombre y apellido.