Paraíso perdido

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 23 Feb 2024 - 09:40hrs

“Nunca en Guerrero habían estado presentes, protegiendo al pueblo, tantos elementos del gobierno federal”, afirmó el presidente Andrés Manuel López Obrador en su conferencia del jueves 15. Agregó: “Deben ser como 29 mil elementos –del Ejército, la Marina y la Guardia Nacional–, eso nunca se había visto en Guerrero”.


El mandatario hablaba en la base naval de Icacos, el único punto de Acapulco que se ha animado a visitar desde que el puerto fue azotado por el huracán Otis.


Le habían preguntado allí por la labor de intermediación que realizan los obispos del estado, para tratar de pacificar a los grupos delincuenciales, que se han convertido en el poder real de Guerrero. “Lo veo muy bien; todos tenemos que contribuir a conseguir la paz”, respondió. Aunque de inmediato matizó: “Desde luego, la responsabilidad de garantizar la tranquilidad es del Estado, eso debe quedar muy claro”.


Cuatro días después, ocurrió un violento enfrentamiento entre integrantes de la Familia Michoacana y los Tlacos, dos de las bandas criminales más poderosas de la entidad. De los hechos, en la sierra del municipio de San Miguel Totolapan, quedó constancia por videos que los segundos, vencedores de ese día, subieron en redes sociales



Las imágenes producen náuseas y horror. Cadáveres despedazados por las balas de armas de alto poder, vejados después de la batalla, apilados y luego incinerados en una hoguera.


El martes 20, al ser cuestionado sobre la matanza, López Obrador no tuvo para los delincuentes las palabras duras que suele dedicar a sus adversarios políticos. “Tienen bastante capacidad de movilización”, dijo, cuando le preguntaron si los grupos criminales eran tan fuertes que podían sentarse a negociar entre ellas sin tomar en cuenta a las autoridades.


Luego, volteando a ver al secretario de la Defensa, relató: “Hace como seis u ocho meses tomaron Chilpancingo con mucha gente. No sé, mil, dos mil, y estaban buscando un enfrentamiento y lo que hicimos fue no caer en la provocación. Se retiró a la Guardia Nacional, porque querían la confrontación. Entonces, tomaron Chilpancingo”.


¿De qué sirve tener vigilado el estado con 29 mil militares?


Los delincuentes controlan ya buena parte de Guerrero. Dominan el transporte público y otros sectores de la economía local. Cobran sus propios impuestos, en forma de extorsiones. Explotan la minería y expolian los recursos forestales.


La Familia Michoacana es la dueña y señora de la Tierra Caliente y el norte de la entidad y ha avanzado sobre la Costa Grande, hasta las goteras de Acapulco. Los Tlacos son los amos de la sierra al poniente de Chilpancingo y los Ardillos mandan sobre una franja que va de la capital estatal hasta la Montaña. En el resto de la entidad hay una constelación de pequeñas bandas, algunas de las cuales han tejido alianzas con los cárteles Jalisco Nueva Generación y de Sinaloa.


Al Estado apenas le queda un papel reactivo: llegar con posterioridad a los lugares donde se han dado enfrentamientos. De lo que se trataría, desde luego, es que algunos de los 29 mil elementos federales –que, dice el Presidente, están desplegados en Guerrero– evitaran los hechos de sangre. Pero no, ésas no parecen ser sus órdenes.


La gente está sola, a merced de extorsionadores y asesinos. La mayor esperanza de quienes no emigran es vivir en una zona donde haya un solo cártel. Muchos no tienen tanta suerte. Esta semana me decía el padre Filiberto Velázquez, director del Centro de Derechos de la Víctimas de la Violencia Minerva Bello, que hay unas cinco mil personas atrapadas en la zona en la que combaten la Familia Michoacana y los Tlacos (al momento de escribir estas líneas había la versión de que habrían alcanzado una tregua).


Guerrero comenzó este sexenio con la promesa presidencial de que su mayor herida, la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, cicatrizaría mediante una investigación que revelara el paradero de los muchachos y se hiciera justicia. Hoy parece que esa herida se ha convertido en una gangrena que afecta a todo el estado.


El antiguo paraíso de sierra, selva y mar da la impresión de estar perdido.

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