Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 19 Oct 2023 - 09:13hrs
Desde el inicio de la actual escalada del conflicto entre Israel y la organización terrorista Hamás, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha fijado una postura personal al respecto –que se ha quedado corta de la expresada por la Secretaría de la Relaciones Exteriores– mediante frases que no rebasan una decena de palabras cada una.
Algunas de ellas son las siguientes: “Nosotros somos partidarios de la paz”; “México está en contra de las guerras”; “Lo más importante es que no haya pérdidas de vidas”; “No queremos la confrontación, no queremos la violencia”; “Hay que pensar en garantizar el derecho a la vida”; “Que en la ONU se busquen acuerdos de paz”, y “No queremos víctimas por las guerras”.
Obvio, no está mal condenar la guerra y desear la paz. Nadie que haga público un planteamiento así puede meterse en problemas. Se trata de un lugar común, digno de un certamen de belleza.
Además, es mucho más fácil proponer la paz cuando uno proviene de un lugar que sufre poco los estragos de la violencia, porque la sociedad en la que vive ha construido las condiciones para vivir en paz. Por eso, el premio Nobel de la Paz se entrega en Oslo. Sería un contrasentido hacerlo en Cali, Ciudad del Cabo, Nueva Orleans o Zacatecas.
No sé si el mejor lugar para hablar de paz sea México. A juzgar sólo por el número de víctimas, sería más lógico que el primer ministro de Israel y el presidente de la Autoridad Palestina expresaran su deseo de que México algún día la alcance, en lugar de que sea el mandatario mexicano quien desee lo mismo para las naciones de Oriente Medio.
Y es que han muerto asesinadas más personas en nuestro país en los últimos cinco años que en un siglo de conflictos entre árabes e israelíes. De acuerdo con datos de la Jewish Virtual Library –compilados a partir de fuentes como el Monitor Palestino de Derechos Humanos, el sitio Wars of the World y el diario británico The Guardian– en los conflictos entre árabes e israelíes que ha habido desde 1920, mucho antes de la fundación del Estado de Israel, han muerto por la violencia del otro bando 116 mil 342 personas (24 mil 981 israelíes y 91 mil 361 árabes). Durante el gobierno del presidente López Obrador han sido víctimas de asesinato doloso, hasta el 12 de octubre pasado, 168 mil 175 personas (fuente: T-Research), sin considerar a los desaparecidos que probablemente no vayan a ser encontrados con vida (unos 44 mil).
Es cierto, la población de México es muy superior a la de los países de la región (Israel tiene 9.2 millones de habitantes; los territorios palestinos de Cisjordania y Gaza, 5.4 millones; Líbano, 5.1 millones, y Siria, 23.2 millones. La cosa sólo se empareja si sumamos en la ecuación a Egipto, como país que peleó las guerras de 1967 y 1973). Sin embargo, el plazo en el que México acumuló esos 168 mil asesinatos es veinte veces más corto que el lapso en el que el conflicto árabe-israelí acumuló sus 116 mil víctimas.
Con esa realidad, el llamado a la paz en Oriente Medio que ha venido haciendo el Presidente mexicano corre el riesgo de que los involucrados y los observadores le pregunten “¿y qué está haciendo México para lograr la paz y qué resultados ha dado su estrategia?”. El gobierno podrá convencerse a sí mismo de que va por la ruta correcta, y podrá tratar de engañar a otros, pero los números no mienten: en este país se sigue asesinando a más de 80 al día.
No sólo eso: pese a que en los últimos 12 días hemos visto imágenes terribles que llegan de Oriente Medio –como israelíes asesinados después de ser mutilados y quemados, y palestinos aplastados por los escombros de edificios bombardeados–, todavía no hemos sabido de situaciones en que las partes en conflicto obliguen a sus víctimas a asesinarse entre ellas, como sucedió hace dos meses en Lagos de Moreno.
Con lo que ocurre en Michoacán, Zacatecas, Chiapas, Guerrero, Jalisco y Guanajuato, entre otros estados, México no puede llamar a la paz sin lanzar un viscoso y maloliente escupitajo al cielo.
¿O en esos lugares no hay que garantizar el derecho a la vida?