Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 13 Oct 2023 - 09:38hrs
¿Cómo pudo pasar esto a Israel? Un país que tenía fama de contar con los mejores servicios de inteligencia y las fuerzas especiales más adiestradas del mundo –capaces de lograr la hazaña de liberar un avión de pasajeros secuestrado en Uganda– se vio sorprendido por unos mil 500 milicianos de Hamás que penetraron en su territorio desde la Franja de Gaza, a bordo de parapentes y motocicletas, para sembrar el terror en comunidades fronterizas, donde cometieron asesinatos y secuestros e incendiaron casas, oficinas y negocios, sin que las fuerzas de seguridad pudieran reaccionar a tiempo.
He leído diversos análisis sobre las razones por las que el ataque terrorista pasó de noche a los encargados de cuidar la integridad de los israelíes. Se habla de que se dejaron las instituciones especializadas en seguridad en manos de personajes sin experiencia y que éstas pensaban que una nueva amenaza se gestaba en Cisjordania, dejando desprotegida la zona sur del país.
Todo ello seguramente será motivo del análisis de una comisión especial, una vez que termine la actual escalada del conflicto –lo que no se ve que vaya a ocurrir pronto–, pero me parece que hay una causa más de fondo que explica lo sucedido: la división de la sociedad israelí, la incapacidad de identificar motivos de unión y negociar puntos de convergencia, el disenso que explotó en protestas callejeras masivas.
Entre abril de 2019 y noviembre de 2022, Israel tuvo cinco elecciones generales. La última de ellas dio lugar a un gobierno que apenas alcanzó mayoría en la Knéset, con 64 de los 120 escaños. Para lograrlo, el primer ministro Benjamin Netanyahu debió recoger el apoyo de pequeños partidos ultrarreligiosos.
A partir de enero estalló la inconformidad con la pretensión del gobierno de reformar el sistema judicial del país, recomponiendo el comité encargado de designar jueces y limitando la capacidad de la Suprema Corte de interpretar las Leyes Básicas, el conjunto de legislaciones cuasi constitucionales de Israel, y de revisar decisiones administrativas.
Las concentraciones fueron subiendo en número y tono. En una de ellas, los manifestantes grafitearon la frase “Sólo nos queda la rebelión” en un puente de Tel Aviv. A principios de julio, unos 180 mil israelíes salieron a las calles de esa ciudad en lo que fue la vigésima séptima semana consecutiva de protestas.
Mientras eso ocurría, Hamás afinaba su asalto. Las riñas internas habían permeado el ámbito de la seguridad, llevando a que la toma de decisiones se realizara con criterios políticos. Los israelíes no tardarían en saber cómo había contribuido la polarización política a la fragilidad de su país.
En México no cantamos mal las rancheras. En medio de los pleitos del gobierno y la oposición, atizados por el lenguaje retador de las conferencias mañaneras en Palacio Nacional, avanza el control de la vida pública por parte del crimen organizado.
Mientras estamos distraídos por las encuestas para definir las candidaturas en las elecciones del próximo año y el golpeteo del presidente Andrés Manuel López Obrador al Poder Judicial –muy al estilo de lo que se propuso Netanyahu en Israel–, las organizaciones delincuenciales se hacen de grandes franjas del territorio nacional, imponiendo su ley a sangre y fuego.
Estamos perdiendo Chiapas, un estado que hasta hace un lustro no aparecía en el mapa de la inseguridad. Hemos prácticamente perdido ante los criminales el estado de Guerrero, donde las bandas han creado una economía paralela en su beneficio, aterrorizando a productores, comerciantes y transportistas. Zacatecas, Michoacán, Jalisco, Colima, San Luis Potosí y Guanajuato son algunos de los estados que casi a diario dan la nota por la violencia extrema. Varias de las principales carreteras del país son recorridas por asaltantes que roban camiones de carga, metralleta en mano.
A diferencia de Israel, México no ha vivido un espectacular golpe de los violentos. No, lo que tenemos aquí es una sangría paulatina, pero constante. Y ocurre bajo nuestras narices