El chahuistle

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 03 Feb 2025 - 09:09hrs

La decisión del presidente estadunidense Donald Trump de imponer un arancel de 25% a los productos mexicanos amenaza con convertirse en un fardo tan pesado para nuestra economía como lo fue la pandemia el sexenio anterior.


Aquélla causó la peor contracción en la economía mexicana desde 1932, en los tiempos de la Gran Depresión. La caída de 8.5% del PIB en 2020 marcaría el resto del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador, quien en campaña había prometido que el país crecería 4% promedio anual, aunque terminó con 0.8%, menos de la mitad del ritmo con el que se incrementó durante los años del llamado neoliberalismo.


Es cierto que la propagación del covid afectó la economía mundial en su conjunto. Pero también lo es que nuestro país fue, entre los más desarrollados, el que más tardó en recuperar su nivel prepandemia. Y eso es porque, en lugar de apegarse a la ortodoxia y el sentido común, el gobierno de López Obrador quiso improvisar, presumiendo que México daba lecciones al mundo con su modelo económico.


Ese modelo “humanista” fue responsable de la destrucción de un millón de negocios. Aún peor: la respuesta sanitaria al coronavirus —repleta de charlatanería y fanfarronadas nacionalistas y bajo la guía del nefasto Hugo López-Gatell— convirtió a México en uno de los países con mayor número de muertes por efecto directo e indirecto de la enfermedad.


Aquella mala experiencia debería servir de guía al gobierno en funciones para no hacer lo mismo.


Frente al anuncio del sábado —que muchos creían que no ocurriría—, la respuesta debe ser realista y no ideológica. Debe ser conducida por los datos y no los deseos. Debe tener como objetivo el beneficio del país y no la continuidad en el poder del partido oficial. Es decir, lo contrario de lo que se hizo en la pandemia.


“Ya nos cayó el chahuistle” es una expresión surgida en el campo, que, haciendo referencia a un hongo que afecta el maíz y que puede acabar con la cosecha, implica la aparición de una persona o situación inesperada con capacidad de producir efectos devastadores.


La elección de Trump —quien evidentemente no simpatiza con México y los mexicanos— es un acontecimiento de esa índole. Más aún ahora que ha cumplido su amenaza de imponer aranceles, medida que, según el área de análisis de BBVA, podría causar una contracción severa del PIB y llevar al dólar a costar 24 pesos.


¿Qué podemos hacer para contrarrestar esa acción? Creo que muy poco. Porque si esto no funciona para sus fines, a Trump todavía le queda un amplio repertorio de sanciones, como ya vimos en el caso de Colombia: puede aumentar los aranceles a discreción, y, luego, suspender la emisión de visas, cerrar la frontera, prohibir la exportación de gas a México, emitir alertas de viaje, etcétera.


Debe recordarse, asimismo, que este contratiempo ocurre en plena ralentización de la economía mexicana. El PIB apenas creció 1.3% el año pasado, aún sin aranceles, y ya estaba destinada a un peor desempeño en 2025.


Lo que sí puede y debe hacer nuestro país —sobre todo el movimiento que lo gobierna— es no meterse el pie. Lamentablemente, ya lo ha hecho con la reforma judicial, un espantajo para quienes querían venir a invertir aquí.


Pero, como escribí hace unos días en este espacio, aún es posible no dar pretextos a Trump, combatiendo eficazmente y sin pretextos al mayor enemigo de los mexicanos, el crimen organizado, que ha hecho una burla del Estado de derecho.


¿Cómo confrontar la idea de que el régimen mexicano tiene una alianza con el crimen organizado (dicho por la Casa Blanca el sábado), o que en buena parte del territorio manda el narco (dicho por Marco Rubio el jueves), cuando sigue aferrado al cargo el gobernador sinaloense Rubén Rocha, quien tantas sospechas ha levantado con sus acciones, igual que otros gobernadores y personajes del oficialismo, y cuando la extorsión y la inseguridad en las carreteras se extienden por el país?


De entrada, revirtiendo esas perniciosas realidades. Y eso es algo que debemos hacer por convicción propia, más que por la presión del vecino.

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