Deportados: bienvenida con sombrero ajeno

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

| 22 Ene 2025 - 10:01hrs

En 1990, a Olga Sánchez Martínez le pronosticaron pocos meses de vida, estando embarazada de su último bebé. Buscando consuelo, se refugió en la Iglesia y un día la invitaron a visitar a enfermos.


Ese hecho le cambió la vida. Comenzó a pedir dinero en las calles para poder llevar a vivir en su casa a personas que estaban postradas en camas de hospital, olvidadas por sus familias y la sociedad.


Con el tiempo, Olga compró un terreno a las afueras de Tapachula, Chiapas, y comenzó a construir lo que hoy es el albergue Jesús el Buen Pastor del Pobre y el Migrante. Para miles de personas que han llegado a territorio mexicano buscando alcanzar la frontera con Estados Unidos, ése ha sido el primer refugio, desde el cual comienza la travesía.


A lo largo de las diversas rutas migrantes que van hacia el norte, pueden encontrarse historias semejantes de altruismo. Hay, por lo menos, un centenar de albergues y comedores que reciben, consuelan y orientan a los migrantes.


Algunos de ellos, ubicados a lo largo de esos caminos llenos de contratiempos, son la Casa de la Misericordia, de Arriaga; la 72, Tenosique; el Decanal Guadalupano, Tierra Blanca; La Sagrada Familia, Apizaco; Manos Extendidas, Celaya; la Casa de la Caridad, San Luis Potosí; Posada del Peregrino, Torreón; Centro Madre Asunta, Tijuana; Ángeles Sin Fronteras, Mexicali; la Casa del Migrante, Ciudad Juárez; Frontera Digna, Piedras Negras; Senda de Vida, Reynosa, y el albergue San Juan Diego y San Francisco de Asís, Matamoros.


Desde hace décadas, organizaciones civiles y religiosas se han preocupado por apoyar a los migrantes en su recorrido por el país. Pocas veces se reconoce el trabajo que realizan.


Es mucho lo que hacen por quienes viajan hacia la frontera norte de México para buscar refugio o mejorar sus condiciones de vida y por quienes son deportados de Estados Unidos. Les dan hospedaje, alimentan, visten, dotan de artículos de aseo personal, los apoyan en el cuidado de su salud física y emocional, los contactan con sus familiares, los asisten en la obtención de documentos, los acompañan en trámites legales y en el acceso a la educación y a la bolsa de trabajo, etcétera.


Prácticamente la mitad de esos albergues son administrados por la Iglesia católica. También están los creados por Iglesias evangélicas, organizaciones de la sociedad civil y el esfuerzo personal, como el de Olga Sánchez Martínez en Tapachula. Sin esos lugares de refugio, la vulnerabilidad de los migrantes sería aún mayor.


Por eso, cuando el gobierno federal habla de estar preparado para recibir a quienes pudieran ser deportados por el gobierno del presidente estadunidense, Donald Trump, lo hace sabiendo que cuenta con una base de información y organización que no es propia. De hecho, muchos de los que han sido repatriados desde el lunes han sido llevados a las casas del migrante que han funcionado por años.


Esos albergues no buscan publicidad. Hacen su trabajo humanitario de manera dedicada, pero silenciosa. Cuando se escucha la voz de sus responsables es porque los buscamos los periodistas para obtener información que la autoridad a menudo no tiene o no quiere dar.


Sin ese ahínco altruista y la experiencia adquirida, el gobierno estaría perdido o, al menos, le faltarían ideas de qué hacer, más allá de regalar dos mil pesos a los deportados, dinero destinado a “cubrir los gastos de traslado hacia sus comunidades de origen”.


Sería justo que desde Palacio Nacional se reconociera el trabajo que los privados han hecho por los migrantes desde hace décadas.


BUSCAPIÉS


*Desde octubre pasado, se anunció que Sergio Salomón Céspedes se haría cargo del Instituto Nacional de Migración una vez que concluyera su periodo como gobernador de Puebla. ¿Cómo debe entenderse que Francisco Garduño –quien presuntamente ha sido investigado por la tragedia del incendio de la estación migratoria de Ciudad Juárez, en marzo de 2023– no acaba de soltar el cargo?

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