Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 02 Dic 2024 - 09:12hrs
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, está consciente de que es casi un hecho de que el electorado de su país votará por la alternancia en los comicios generales del año entrante.
Aun así, el hijo del colmilludo exprimer ministro Pierre Elliott Trudeau tuvo el instinto político de pactar una visita a la mansión de Donald Trump, en Mar-a-Lago, Florida, de la que los medios y los observadores sólo se enteraron cuando uno de los presentes posteó una foto en las redes sociales.
A las 10:35 de la noche de ese día, Dave McCormick, senador electo por Pensilvania, posteó la foto de una cena en la que no mencionó a Trudeau, pero en la que el mandatario canadiense estaba sentado junto a Trump, en una mesa redonda en la que aparecían doce personas en total.
Entre los asistentes también se encontraban Dominic LeBlanc, ministro de Seguridad Pública de Canadá, quien tiene entre sus responsabilidades el control fronterizo del país y el mando de la Real Policía Montada, y Katie Telford, jefa de asesores del primer ministro. Asimismo, Howard Lutnick y Doug Burgum, designados por Trump como futuros secretarios de Comercio y del Interior; Michael Waltz, futuro asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, y McCormick, además de las esposas de esos últimos cuatro. La única señal que tuvo la prensa canadiense de que Trudeau planeaba algo la tarde del viernes fue cuando despegó de Ottawa el avión Challenger que utiliza para sus traslados y aterrizó en el aeropuerto de Palm Beach, Florida, cercano a la residencia del presidente electo de EU. Fue el final de una semana trepidante, que comenzó el lunes con un mensaje de Trump en su red Truth Social, en la que amenazaba con imponer aranceles de 25% a las importaciones canadienses y mexicanas, a menos de que esos dos países vecinos controlaran la migración y el tráfico de drogas.
Trudeau realizó un manejo muy cuidadoso del tema, no confrontando en ningún momento a Trump. Delegó la respuesta a su viceprimera ministra Chrystia Freeland, quien sólo habló de la relación comercial, ventajosa para los países; dio a conocer que había hablado personalmente con el presidente electo, sin dar detalles; convocó una reunión con los premieres de las provincias canadienses, la mayoría de las cuales hace frontera con Estados Unidos; declaró que cuando Trump dice que va a hacer algo, “seguramente lo hará”, y se apareció sorpresivamente en Mar-a-Lago, donde la cena duró casi tres horas. En declaraciones off the record, que la prensa canadiense recogió entre los participantes, tal parece que los aranceles generalizados se aplicarán, pero que Trump parece dispuesto a negociar excepciones.
El jefe del gobierno de Canadá tuvo varios logros con su estrategia de la semana pasada, la cual consistió en no hostilizar a Trump, que, como se quiera, tiene la sartén por el mango; apelar a su ego, yendo a verlo a su mansión, donde está ocurriendo la preparación del próximo gobierno estadunidense, y hacer contactos con los hombres clave que estarán en su gabinete, como son sin duda Lutnick y Waltz.
Uno de los asistentes, también hablando de forma anónima para la prensa francófona canadiense, se dijo sorprendido del peso que tiene en la agenda de Trump el asunto del fentanilo, pues fue, dijo, una parte sustancial de la conversación. Eso es algo de lo que habría que tomar nota en México. Otra cosa que no puede dejar de subrayarse es la animadversión que genera China en Trump, quien tiene entre sus futuros colaboradores a furibundos halcones antiPekín, como Waltz y los próximos secretarios de Estado y Defensa, Marco Rubio y Pete Hegseth.
México ha dado pasos para distanciarse de China, en vista del regreso de Trump a la Casa Blanca, pero éstos están lejos de ser suficientes si se considera que Canadá –un país donde hay muchas voces que quisieran ver a nuestro país fuera del T-MEC– acaba de imponer aranceles de 100 por ciento a los automóviles eléctricos importados de China.
El país asiático es el elefante en el cuarto de la colaboración entre los países de Norteamérica. Mientras antes se asuma eso, y el gobierno mexicano extraiga lecciones del reciente manejo canadiense de la relación con Trump, mejor será.