Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 27 Nov 2024 - 11:03hrs
El primer consejo que recibe quien se estrena en una manifestación –se lo digo porque yo participé en algunas durante mis años universitarios– es muy claro y sencillo: “No caigas en la provocación”.
Eso implica no dejarse llevar por quien busca que la protesta se desorganice y derive en un caos y, peor, en una confrontación, con lo que se desacredita su objetivo. Es una máxima que, una vez aprendida, luego sirve para enfrentar otras situaciones en la vida.
Donald Trump es alguien que ha adquirido notoriedad en la vida y ha avanzado hacia sus metas mediante la provocación. Y, agregaría, gracias a quienes han caído en ella. Como indica el manual del político populista, él siembra división y discordia y cosecha sus frutos.
Lo que Trump hizo la tarde del lunes fue una provocación. Tomó prestado otro capítulo del manual populista e hizo generalizaciones sobre un tema complejo, pretendiendo resolverlo mediante soluciones aparentemente sencillas.
Alegó que Estados Unidos está siendo inundado por drogas e invadido por migrantes indocumentados, y que la culpa de ambas cosas la tienen sus vecinos: México y Canadá.
Para Trump, esto se resuelve con aranceles. Piensa que como a mexicanos y canadienses les importa tanto el acceso al mercado estadunidense –345 millones de consumidores insaciables–, harán casi cualquier cosa que les pidan para mantenerlo. En el caso de México, la experiencia demuestra que tiene razón.
En lo que se equivoca Trump –o busca confundir– es que México y Canadá pueden resolver por sí mismos los problemas complejos del fenómeno migratorio y el consumo de drogas. Aunque quisieran, no hay manera. No es una cuestión de voluntad, como escribió el lunes. Que son parte del problema, sin duda, pero que esos dos países tienen la clave para que desaparezcan migrantes y drogas es un absurdo.
El proyecto de Trump también tiene una finalidad ulterior. Y quien la expresa con nitidez es el que será su secretario de Comercio, Howard Lutnick, en la entrevista que le mencioné ayer. El presidente electo de EU quiere que regresen las industrias manufactureras que se fueron a China con la apertura económica que decretó Deng Xiaoping, la cual aceleró un proceso de offshoring que había comenzado en los años 80 para aprovechar el bajo costo de la mano de obra en otros países asiáticos.
Con el enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China se dio el nearshoring, un éxodo de las cadenas productivas para relocalizarse más cerca del mayor mercado mundial, proceso del que México parece destinado a ser el mayor beneficiario, pero que no hemos podido aprovechar cabalmente por no haber hecho la tarea en varios rubros.
Ahora Trump quiere el homeshoring, que consiste en que las plantas automotrices y otras regresen a EU. Si lo va lograr, está en duda, pero, a decir de Lutnick, está dispuesto a intentarlo mediante una combinación de aranceles y estímulos fiscales.
A ese juego de tres bandas de Trump, no es prudente responder de manera impulsiva. De entrada, él no es aún el presidente de Estados Unidos, para eso faltan dos meses. Por eso, quien contestó desde Canadá no fue el primer ministro Justin Trudeau, sino su segunda, Chrystia Freeland, quien hizo un comentario bastante comedido.
Mi opinión es que, desde México, no debió responderle la presidenta Claudia Sheinbaum. Su par, de aquí al 20 de enero, es Joe Biden, no Donald Trump. Menos aún, con las palabras que usó, devolviendo el argumento de la culpabilidad sobre las drogas, cuyo consumo es un asunto de oferta y demanda, no de una sola de esas dos cosas. Y todavía menos, haciendo pública la carta.
La presidenta Sheinbaum pudo haber dicho que aún no se ha sentado con Trump, pero que ya lo haría. Y si se quería no dejar pasar la oportunidad de contestar el mensaje –que estaba dirigido principalmente a su base–, debió hacerlo el canciller Juan Ramón de la Fuente.
En este caso se olvidó la regla de oro para quienes se han formado en la cultura de las manifestaciones: no caer en la provocación.