La caída de El Mayo

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 26 Jul 2024 - 09:56hrs

Falta conocer mucho sobre cómo se dio la detención de Ismael El Mayo Zambada, último representante de la generación de los narcotraficantes históricos que convirtieron en transnacional su negocio criminal.


Anoche podía uno encontrar en los medios estadunidenses varias versiones en torno a cómo llegó el capo a manos de la procuración de justicia estadunidense. Para unos, se trató de una captura trabajada paciente y sigilosamente; para otros, de una trampa en la que cayó el capo; para unos más, de una entrega pactada para recibir un castigo menor.


Sea lo que sea, se trata de una noticia espectacular que deja varias conclusiones.


1) Ocurrió en el contexto del fin del periodo presidencial mexicano y en medio de la campaña electoral por la Casa Blanca. En política, se sabe, no hay casualidades. Si uno lee el comunicado que sacó ayer el Departamento de Justicia, dos de sus cinco párrafos mencionan el tráfico de fentanilo, un tema que ha causado muchos problemas políticos al gobierno del presidente Joe Biden. Más tarde, el secretario de Seguridad Interior, Alejandro Mayorkas, vinculó la doble detención —de El Mayo y el hijo de El Chapo Guzmán— con el combate que ha hecho contra el fentanilo “la administración Biden-Harris” (wink, wink). Hubiera sido extraño que la noticia no se usara como un insumo de campaña por parte del Partido Demócrata y su candidata, la vicepresidenta Kamala Harris.



2) Resulta un contraste respecto de la amenaza que han planteado reiteradamente Donald Trump y su compañero de fórmula J. D. Vance, de atacar a los cárteles militarmente. El golpe contra El Mayo —y el hijo de El Chapo Guzmán— muestra que no es necesario, y pudiera ser contraproducente, bombardearlos con misiles. Hay otra vía para evitar que los jefes del crimen organizado transnacional sigan haciendo daño. Por supuesto, está por verse que esta doble detención se traduzca en menos fentanilo en las calles de Estados Unidos, pero, por lo menos, crea la impresión de que algo se puede hacer al respecto.


3) México no colaboró en esto. En nada. Ese mensaje es fuerte y claro. Tanto Ismael Zambada como Joaquín Guzmán López tuvieron que haber salido en algún momento de territorio mexicano antes de ser detenidos —o antes de haberse entregado— en Estados Unidos. El gobierno mexicano ni enterado estuvo. O si lo supo a tiempo, nada pudo hacer al respecto. El argumento de la soberanía tiene sus límites. Washington parece decir que le gustaría que hubiera mayor colaboración mexicana, pero que, si no la hay, de todos modos salen las cosas. Y México se quedó ayer sin poder presumir el trofeo —qué buen remate de sexenio hubiera sido ése, ¿no?— y dejó la impresión de ser tan incompetente que no lo toman en cuenta.


4) El próximo gobierno de México deberá tomar nota. Más allá de quién resulte su interlocutor en Estados Unidos —Kamala Harris o Donald Trump—, tendrá que reactivar la colaboración con las agencias de seguridad del vecino. Atrincherarse en el nacionalismo no es redituable cuando el delito es transnacional. Jugar al desentendido cuando los homicidios dolosos se acercan a los 200 mil y se incendia la frontera sur, es mala idea. ¿Cuánta información delicada puede extraer la justicia estadunidense de este episodio? Aún no lo sabemos, pero puede ser mucha. El mejor camino es la cooperación. Y entender que en cada pastilla de fentanilo que sale de México tuvo que haber participación de China, que, hoy por hoy, es el gran rival de Estados Unidos, uno con el que los estadunidenses no verán con buenos ojos que se ande coqueteando.


En 1992 viajé a Chiapas y a Guatemala para hacer un reportaje sobre los 46 mil refugiados que habían abandonado ese país centroamericano —que entonces llevaba 30 años sumido en una guerra civil— buscando seguridad en México. Hoy las cosas son al revés: los nuestros van para allá huyendo de la violencia de los cárteles, pidiendo refugio. ¿Quién lo creería?

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