Experiencia u ocurrencia

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 11 Jul 2024 - 09:45hrs

Hace unos días se cumplieron 20 años de la entrevista que el expresidente estadunidense Bill Clinton dio al periodista Dan Rather, para el programa 60 Minutes, con motivo de la aparición de sus memorias.


—La cuestión central, si puedo preguntárselo, y sé que este tema es difícil, es ¿por qué? –inquirió el entrevistador, aludiendo a la relación de índole sexual que tuvo Clinton con la becaria Monica Lewinsky, un asunto que marcó su Presidencia.


—Creo que lo hice por la peor razón posible –contestó el expresidente. —Lo hice simplemente porque pude. Creo que es la razón más indefendible por la que alguien puede hacer algo.


Pese a que Clinton jamás se quitará el estigma de haber usado el Salón Oval de la Casa Blanca para jugar al donjuán, la respuesta que dio a Rather ha quedado como una lección política.


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El poder del Ejecutivo es muy grande, sobre todo en un sistema presidencialista. Y quizá haya buenas razones para que lo sea, pues, si constantemente fuera necesario pedir permiso para todo, muchas cosas jamás se realizarían.


Pero eso no significa que deba ser total, pues un mandatario que no tiene límites, que no debe consultar nada ni rendir cuentas a nadie, no sólo cae en el absolutismo, sino que corre el riesgo de enredarse en sus propios privilegios y obsesiones.


Hoy tenemos en México un Presidente que hace las cosas porque puede. Desde el inicio de su gobierno, amparado en la mayoría absoluta de votos que lo llevó al poder, Andrés Manuel López Obrador ha mandado sin límites, ni legales ni políticos.


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Por ejemplo, mandó construir obras, a un costo multimillonario, que no surgieron de estudio alguno, no tuvieron restricción presupuestal y se ejecutaron sin atender las normas ambientales o criterios de utilidad pública. Las ordenó porque pudo.


Durante el proceso electoral, impulsó a la candidata a sucederlo sin reparar en la necesidad de proteger la joven democracia mexicana y sin respetar el marco legal. No lo digo yo. El Tribunal Electoral, que no quiso o no tuvo modo de sancionarlo, ya determinó que el tabasqueño utilizó 36 conferencias mañaneras para beneficiar a Morena y a su aspirante presidencial. Lo hizo porque pudo.


Ahora, López Obrador quiere acabar con el Poder Judicial como lo conocemos, para modificarlo con base en ocurrencias como elegir a los juzgadores. En los hechos, el Ejecutivo está legislando, porque sabe que ningún diputado o senador de su movimiento le va a hacer reproche alguno o intentará frenarlo, y que a la oposición no le alcanzan los votos en el Congreso para obligar a que se repiense la iniciativa.


Otra vez, el Presidente actúa así porque puede. Se siente autorizado por la mayoría que el 2 de junio ratificó en el poder a su movimiento político, sin considerar que la democracia no es sólo el mandato de los más, sino también la protección de los menos.


López Obrador quiere concluir su sexenio con una exhibición implacable de “quién manda aquí”. Como ha ocurrido desde el inicio de su periodo, cree innecesaria cualquier justificación de sus actos. Lo único que importa es que puede llevarlos a cabo.


Lo que falta por ver es qué sucederá una vez que deje el poder. ¿Seguirá imponiendo sus condiciones, haciendo el papel de presidente emérito, o aceptará que alguien más, con estilo distinto, ejerza el poder?


Si prosperara lo segundo, ¿la presidenta Claudia Sheinbaum repetiría la fórmula de mandar solamente con base en la consideración de que puede hacerlo o sentirá la necesidad de explicar y justificar sus decisiones?


Hasta ahora tenemos señales encontradas.


Por un lado, haberse rodeado de colaboradores con experiencia habla de una disposición de consultar sus decisiones.


Por otro, el apelar a las encuestas o los resultados electorales al justificar ciertas posturas, como reducir al mínimo los requisitos para ser juez, dice lo contrario.


¿Cuál Claudia prevalecerá? Por el bien de la República, ojalá sea una que reflexione, se asesore, tome en cuenta diferentes opiniones, no polarice ni divida, acepte la crítica y busque el equilibrio de mayorías y minorías, y se respalde en la experiencia y mantenga a raya la ocurrencia.

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