Electricidad: dos casos

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

| 14 May 2024 - 08:57hrs

Siempre me ha parecido relevante la comparación de México y Corea del Sur al hablar de los efectos de las decisiones que han tomado distintos países en política económica.


Pese a tener un territorio del tamaño del estado de Oaxaca y a estar separados de la mayor economía mundial por el océano Pacífico, los sudcoreanos lograron un desarrollo que, desde mediados de la década de los ochenta, superó al de los mexicanos en su riqueza per cápita.


En algún tiempo se calificó de “milagro” el salto que dio Corea del Sur, pero una revisión somera de la razón de sus logros nada tiene que ver con lo sobrenatural. Está claro que los resultados obedecieron a decisiones que tomaron sus dirigentes para colocar al país en la senda del crecimiento y la elevación del nivel de vida de sus habitantes.


Hoy se habla mucho en México del cine y la música de Corea del Sur, pero habida cuenta de nuestras limitaciones en generación y distribución de electricidad, a lo mejor sería bueno asomarse también a lo que ha venido pasando en esa materia.


Pero comencemos por el principio: en 1960, el país asiático estaba emergiendo de una guerra civil de cinco años, en la que murió la décima parte de su población civil.


En ese entonces, la economía sudcoreana era comparable a la de Ghana. Su Producto Interno Bruto ascendía a 4 mil millones de dólares. La de México, que estaba en plena etapa del Desarrollo Estabilizador, era de más del triple. Sin embargo, los dirigentes en Seúl decidieron abrirla y, aunque ha sufrido tropezones, producto de distintas crisis globales –como el colapso financiero asiático de 1998, cuando cayó más de 5%–, para 2004 ya había rebasado en tamaño a la de México.


Esto, repito, pese a tener una superficie 20 veces menor a la de nuestro país y una población de menos de la mitad y a que un barco tarda un mes en recorrer la distancia entre los puertos de Busan y Long Beach. Sin aseverar que Corea del Sur carece de problemas, es útil comparar lo que han logrado las decisiones en un país y otro: mientras los sudcoreanos tienen una esperanza de vida de 83.6 años, la de México es de 75.4, de acuerdo con datos de la OCDE. En 1960, la de ambos países era prácticamente la misma (55 años).


Mientras en Corea del Sur el promedio de escolaridad es de 17.2 años (OCDE), en México es de 10.3 (Inegi). Mientras en la prepandemia la tasa de fallecimientos evitables por cada 100 mil habitantes era de 139 en el primer país, la misma tasa era de 366 en el segundo (OMS). Mientras el PIB per cápita en Corea del Sur era de 32 mil 422 dólares en 2022, en México era de 11 mil 496 (Banco Mundial).


Mientras las cuatro empresas más grandes de Corea del Sur son Samsung, Hyundai, LG y Kia, las de México son Pemex, América Móvil, Walmart y la CFE. Es decir, en la lista mexicana hay dos “empresas productivas del Estado”, altamente endeudadas.


La generación de electricidad es otro ejemplo de la manera en que los sudcoreanos se han despegado de los mexicanos. De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía, el país asiático produjo 633 mil 243 GWh en 2022, contra los 395 mil GWh que produjo México. Esto ocurre en momentos en que los inversionistas globales buscan países para asentarse que tengan, entre otras características, una dotación suficiente y constante de energía eléctrica.


Recordemos la diferencia en tamaño de los dos países, pero agreguemos el hecho de que Corea del Sur no cuenta con hidrocarburos y produce casi 30% de su electricidad mediante gas natural. Pero no sólo es cuestión de cantidad. Mientras Corea del Sur produjo 29 mil 920 GWh mediante energía solar ese año, México –considerado el segundo país del mundo en irradiación– apenas produjo 9 mil 360 GWh. En ese rubro, Corea del Sur está en octavo lugar del mundo y México en el 17.


No hay otra razón que las malas decisiones políticas para que México tenga una industria eléctrica tan endeble y tan atrasada en la transición energética, que se convierte no sólo en una precariedad para atender las necesidades de la población y la industria, sino una pésima señal para los inversionistas que buscan dónde aprovechar mejor las oportunidades del nearshoring.

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