Cualquier parecido es mera coincidencia

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

| 18 Nov 2022 - 09:25hrs



Martes 27 de agosto de 1968. El movimiento estudiantil ya lleva activo más de un mes. Decenas de miles de personas marchan del Museo de Antropología al Zócalo. De acuerdo con la crónica de Excélsior, entre los asistentes hay estudiantes, pero también personas de otros sectores de la sociedad. Al final del mitin, en el que hablan seis oradores, los manifestantes izan en el asta bandera de la plaza una insignia rojinegra.


En el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz estalla la indignación. Aunque en el momento de los hechos no estaba presente la bandera nacional, se sostiene que ésta ha sido sustituida por un “trapo”y, por tanto, profanada.


Los estudiantes, quienes pretendían quedarse en plantón hasta que las autoridades aceptaran el diálogo público para discutir los seis puntos de su pliego petitorio, son desalojados del Zócalo por los soldados.


El miércoles 28 se arma un contramitin, con el pretexto de desagraviar el lábaro patrio. Miles de trabajadores son obligados a acudir al Zócalo. Los hay del Departamento del Distrito Federal, pero también de las secretarías de Hacienda y Educación Pública. Algunos, en protesta, van coreando, a bordo de los camiones en los que los conducen al acto oficial: “¡Beee! ¡Beee! ¡Somos borregos! ¡No vamos, nos llevan!”.


El maestro de ceremonias presenta a un orador al que identifica simplemente como “un joven humilde, Gonzalo Cruz Paredes”. Éste se dirige a la multitud y exclama: “Venimos a realizar un acto de afirmación de nuestra calidad de mexicanos, al izar la bandera de México, que es la única enseña y el más preciado emblema de nuestra historia”.


Al frente de un acto en el que nada es improvisado, el de la voz condena la participación de “elementos negativos, agitadores profesionales y descalificados, que han tratado permanentemente de subvertir el orden público”.Acto seguido, la bandera rojinegra que había sido izada por los estudiantes es bajada para luego ser pisoteada y quemada por los acarreados. Con algunos contratiempos, una bandera tricolor es subida en su lugar (por un momento se queda izada a media asta, por lo que hay que repetir la maniobra).“En esta asta bandera está el corazón del pueblo mexicano y éste jamás estará contra las causas verdaderas de la patria”, remata la arenga.


El jueves 29, cuando faltan tres días para el Informe de Gobierno, el presidente Díaz Ordaz encabeza el tradicional desayuno de la “unidad revolucionaria”. Nuevamente se moviliza a miles de acarreados para “una manifestación popular de simpatía por el que hicieron caminar a varios miles de colonos humildes por calles de la colonia Agrícola Oriental, en medio de un torbellino de apretones de manos, porras y vivas”, narra Federico Ortiz Jr., reportero de esta casa editorial.


La gente se atropella “con la mano extendida, para alcanzar la ventanilla del automóvil presidencial”, que empieza a moverse lentamente. Entonces, el Presidente desciende del vehículo y las porras se vuelven atronadoras. Díaz Ordaz camina entre un mar de brazos. La gente casi lo levanta en vilo y los agentes de seguridad hacen lo que pueden por contener el alud humano. “¡Viva México, viva el Presidente!”, se desgañitan los paleros.


Díaz Ordaz por fin alcanza el Centro Social Popular, donde lo esperan varios veteranos de la Revolución. Cuando llega el momento de los discursos, uno de ellos, el general Manuel J. Celis Campos, director de Justicia Militar, se dirige al Presidente:


“Usted representa —le dice con solemnidad—, por la voluntad mayoritaria del partido mayoritario, a las instituciones de la República y está cumpliendo con honor y limpieza la alta responsabilidad de dirigir a la nación mexicana”.


No hay diálogo con los estudiantes ni parece que vaya a haberlo. La respuesta a la marcha multitudinaria del 27 de agosto de 1968 es una sola: montar una escenografía con burócratas acarreados, que busca mostrar al Presidente arropado y querido por el pueblo, así como dueño absoluto de la razón y el poder.


Más entradas de Bitácora del director