Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 27 Oct 2022 - 08:56hrs
De los poco menos de 130 millones de mexicanos, unos 80 millones —los que tienen 40 años de edad o son más jóvenes—guardan escasos o nulos recuerdos de cómo era la vida política en México ante de la fundación del Instituto Federal Electoral, hoy INE, en octubre de 1990. Dentro de ese grupo de edad hay unos 33 millones que nacieron antes de 2004 y, que, por tanto, ya son ciudadanos con derecho a votar.
Yo soy uno de los cerca de 50 millones de mexicanos, nacidos antes de 1982, que sí recuerdan cómo era vivir en un régimen de partido hegemónico, en el que había elecciones, pero sin democracia real.
El 4 de julio de 1976 acompañé a mi padre a la casilla, que quedaba a unos pasos del departamento donde vivíamos. Aunque él se movía con dificultad, por una operación que le habían practicado, insistió en cumplir con su deber ciudadano.
—¿Por quién vas a votar?, –le pregunté.
—Hay un solo candidato a la Presidencia, así que no hay opciones —me explicó, refiriéndose a José López Portillo.
Honestamente no sé si sufragó por López Portillo o escribió en la boleta el nombre de Valentín Campa —quien contendía como candidato sin registro— o anuló su voto escribiendo “Cantinflas”, un acto de protesta muy común en esos días.
Lo cierto es que dicha experiencia me dejó marcado porque, incluso a la edad de 10 años, comprendí que ésa no había sido una elección. La democracia consiste en escoger al gobernante o al representante, y aquella ocasión no había nada que elegir.
La imagen del país quedó tan maltrecha por la falta de competencia política, que el propio presidente López Portillo promovió una reforma para permitir el regreso a la arena electoral del Partido Comunista Mexicano y la Unión Nacional Sinarquista, formaciones que habían sido proscritas.
A partir de ahí, México ingresó en la era del pluripartidismo. En la siguiente elección presidencial, en 1982, hubo siete candidatos, incluyendo al priista Miguel de la Madrid. Sin embargo, todavía pasarían ocho años antes de que se fundara el IFE y 12 años para que esa institución adquiriera plena autonomía.
Cuando voté por primera vez, en las legislativas de 1985, las elecciones federales todavía las organizaba el gobierno, mediante la Comisión Federal Electoral, cuyo titular era el secretario de Gobernación. Unos días antes de la jornada electoral, salí a trotar muy temprano y me topé con una patrulla en la que acababan de subir a dos jóvenes a los que los policías sorprendieron pintando el logo del Partido Acción Nacional sobre la barda de un terreno baldío. Pasé a un lado, caminando lento.
“El 7 de julio, vota así”, habían alcanzado a escribir a un costado del emblema, que se había quedado incompleto. Uno de los patrulleros tomó la brocha y el bote de pintura y escribió “PRI” en letras gordas. Luego, soltando una risotada, se asomó hacia el interior del vehículo y, señalando la barda, dijo a los jóvenes: “¿Les gusta mi obra de arte? Para que se les quiten las ganas”. Y, luego, reparando en mi presencia y mi curiosidad, el otro agente espetó: “¿Y tú, qué buscas? ¿Te quieres venir con ellos?”.
Por más increíble que parezca, hacer campaña a favor de la oposición era una actividad de alto riesgo en México hace menos de 40 años. Tres años después del incidente que relato arriba, el abogado Francisco Xavier Ovando, uno de los más cercanos colaboradores del candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas, fue asesinado cuatro días antes de la jornada electoral.
La primera vez que voté no existía la credencial para votar con fotografía —esa aparecería en las elecciones estatales de Baja California de 1992, luego del triunfo de Ernesto Ruffo, primer gobernador surgido de la oposición—, ni se imprimían las boletas en papel seguridad. Las denuncias de la oposición generalmente eran descartadas de inmediato. Aquella vez, en 1985, el PRI se llevó 60% de los votos y acumuló 289 de los 400 escaños que había entonces en la Cámara de Diputados.
Porque me tocó conocer aquello, no quiero regresar a esos tiempos. Si la gente más joven, que no los vivió, supiera cómo eran entonces las cosas, seguramente, igual que yo, expresarían su apoyo al INE, una institución construida por ciudadanos, que hoy algunos políticos pretenden destruir.