Acabar con el INE es matar la razón

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 11 Nov 2022 - 08:54hrs

La cátedra Romanes es un prestigiado discurso que se pronuncia en la Universidad de Oxford cada otoño desde 1892.


Entre quienes han estado encomendados con esa responsabilidad figuran Theodore Roosevelt (1910), Winston Churchill (1930) e Isaiah Berlin (1970).


Este año le tocó al primer ministro irlandés Micheál Martin, quien hizo una detallada exposición de los retos que está enfrentando la democracia en diversas partes del mundo.


“Ha emergido la cuestión de si la política moderada puede sobrevivir en el marco de un enconado debate público, que se ha vuelto más populista y divisorio”, afirmó Martin.


Para el líder de Fianna Fáil, uno de los dos partidos tradicionales de la política irlandesa, dicha polarización está “carcomiendo la habilidad de desarrollar respuestas efectivas a problemas complejos”.


La República de Irlanda es un país cuyo PIB per cápita no ha dejado de crecer desde 2012. Ni siquiera la pandemia lo ha frenado. En 2001 era de 28 mil dólares anuales; dos décadas más tarde está a punto de superar los 100 mil.


Martin asumió la jefatura del gobierno irlandés hace dos años mediante un acuerdo entre su partido y el Fine Gael, su rival histórico.


“El factor más corrosivo para la democracia ha sido, sin duda, la prevalencia de la narrativa populista”, expuso Martin en Oxford. La “viralidad del odio” que actualmente experimentan muchas sociedades está “íntimamente ligada con la diseminación de la desinformación y el desgaste de la idea, alguna vez axiomática, de que había hechos que podían ser aceptados por todos”, argumentó.


Para el primer ministro irlandés, el Acuerdo de Viernes Santo, que en 1998 puso fin a la violencia política en el Úlster, hubiera sido impensable en un ambiente como el actual, pues su firma requirió de una negociación “lenta, respetuosa y confidencial”, algo que contrasta con la “atmósfera de comentarios estridentes e inflexibilidad, tan común hoy en foros públicos”.


Revisando el discurso de Martin, me quedo pensando en el esfuerzo que se requirió para salir del autoritarismo que dominó la vida pública de México durante buena parte del siglo XX.


Fue fundamental, desde luego, el empuje ciudadano a favor de la democracia que se dio en las décadas de los años 80 y 90, pero también el talento de los políticos que supieron negociar condiciones aceptables para todos: el presidente Ernesto Zedillo y los líderes de los tres principales partidos de ese tiempo, es decir, el panista Carlos Castillo Peraza, el perredista Porfirio Muñoz Ledo y el priista Santiago Oñate, entre otros.


Ahora se pretende dar al traste con ese exitoso pacto —que permitió un reparto pacífico del poder—, mediante una reforma electoral promovida desde el gobierno con el objetivo contrario: su concentración.


“Uno de los grandes pensadores liberales del siglo pasado, Isaiah Berlin, hablando aquí mismo (…) tenía claro que el peligro fundamental para la democracia liberal son aquellos convencidos de su causa que se niegan a creer que los acuerdos son deseables o incluso posibles”, expuso Martin.


En días recientes, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha llamado a los mexicanos a “tomar partido” en torno de su propuesta de reforma electoral, que es una manera de negar la conveniencia de construir acuerdos entre personas que piensan distinto.


Por eso la ofensiva contra el INE, que fue fruto de una negociación entre hombres sensatos, quienes sabían que México sólo tenía dos opciones de futuro posibles para solucionar las diferencias en la sociedad: la democracia o la violencia.


Quitar al INE del camino no sólo significa privilegiar la toma de postura por encima del diálogo entre distintos. Es mucho peor: tratar de hacer imposible una salida negociada a los conflictos y sustituir la razón por la imposición. Es, en pocas palabras, romper la mesa a hachazos para que nadie esté siquiera tentado de sentarse a negociar.


 

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