Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 06 Dic 2024 - 10:09hrs
La Unión Europea enfrenta uno de sus peores momentos de incertidumbre desde la entrada en vigor del Tratado de Maastricht, hace 31 años.
Durante ese lapso, jamás había vivido una crisis política simultánea de sus dos pilares, Francia y Alemania, como la que tiene lugar hoy
Con diferencia de pocos días, los gobiernos de una y otra nación sucumbieron ante desacuerdos sobre el presupuesto del año entrante.
Alemania irá a las urnas en febrero, luego de la ruptura de la coalición gobernante encabezada por el canciller Olaf Scholz, mientras que en Francia el presidente Emmanuel Macron anunció anoche que propondrá a la Asamblea Nacional la designación de un nuevo primer ministro, tras la renuncia de Michel Barnier esta semana, en medio de llamados de las fuerzas políticas de la oposición para que dimita el propio Macron.
De acuerdo con las proyecciones, las dos economías más fuertes de la Unión Europea crecerán raquíticamente en 2025. La OECD espera que el PIB alemán y francés lo hagan en apenas 0.7% y 1.2%, respectivamente, muy por debajo de la expansión global, estimada en 3.3 por ciento.
La economía alemana ya lleva dos años estancada, víctima de los altos precios de la energía, regulaciones excesivas y una infraestructura añeja, factores que han afectado sus exportaciones y han producido recortes en muchas empresas.
Por su parte, la francesa lidia con un déficit creciente, que se expandió rápidamente por el gasto público durante la pandemia y el alza en las tasas de interés, así como con un desplome de la confianza del consumidor y de la inversión privada.
La parálisis política en Berlín y París ha puesto en punto muerto el motor económico europeo, justo cuando la elección de Donald Trump en Estados Unidos amenaza con estimular las pulsiones globalifóbicas y nacionalistas y con imponer una paz negociada entre Rusia y Ucrania.
El bloque ya tiene un conflicto con China, su segundo socio comercial, derivado de la ayuda que el país asiático ha dado a Rusia para sostener su agresión militar contra Ucrania y ahora tiene que enfrentar la posibilidad de que Trump aplique aranceles a sus exportaciones a Estados Unidos.
Aunque los acontecimientos recientes lo han agravado, este mal momento europeo viene de lejos. Los fundamentos del Estado de bienestar han venido resquebrajándose bajo el peso de la deuda. Asimismo, la Unión Europea ha pagado el precio de la falta de competitividad frente a las economías emergentes y es víctima de una inmigración descontrolada.
La falta de liderazgos es otro problema serio con el que lidia el bloque. Angela Merkel, quien fue referente durante más de una década, ya no está. Macron y Scholz tienen bajísimos niveles de popularidad (22% y 18%, respectivamente, según sondeos recientes), lo cual ha dejado con mayor visibilidad a figuras como el primer ministro húngaro Viktor Orban, quien parece estar más cerca de los intereses de Moscú que del consenso de Bruselas.
El panorama arriba descrito representa un reto para la Unión Europea. Sus instituciones, que se renovaron apenas este mes, deberán reflexionar sobre su modelo político y económico. Parece inevitable que tenga que repensarlo, a la luz de las nuevas realidades en el escenario internacional.
Por ejemplo, tendrá que reflexionar cómo mantener su modelo de desarrollo verde en un mundo que está tirando por la borda rápidamente las preocupaciones sobre el calentamiento global.
Asimismo, deberá discutir cómo encaja la libre competencia dentro de sus fronteras con el creciente proteccionismo en otras partes del mundo.
Además, para incrementar su competitividad, será necesario que decida en qué sectores enfocarse y con qué productos y servicios.
Y, por supuesto, hacer todo esto y más en medio de una contracción económica; contra la resistencia de muchos de sus Estados miembros de contribuir más a los objetivos comunes, y con la necesidad siempre presente de negociar cualquier cambio entre una multitud de participantes.