Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 08 Feb 2024 - 08:30hrs
El lunes pasado, 5 de febrero, no sólo se cumplieron 107 años de la promulgación de la Constitución, sino 94 años de la toma de posesión de Pascual Ortiz Rubio, un presidente al que la candidata oficialista Claudia Sheinbaum parece dispuesta a emular.
Aquél ató su suerte a las decisiones de Plutarco Elías Calles, el llamado Jefe Máximo de la Revolución, a tal punto que las voces maledicentes propalaban la idea de que la banda tricolor que le ceñía el cuerpo era de oropel y que el poder real lo ejercía el general sonorense.
“Aquí vive el Presidente, pero el que manda vive enfrente”, pintó alguien en un muro a los pies del Castillo de Chapultepec –la entonces residencia oficial del Ejecutivo–, aludiendo a la casa del expresidente Calles, ubicada en la esquina de las calles Mariano Escobedo y León Tolstói, colonia Anzures.
Ortiz Rubio había competido en los comicios presidenciales extraordinarios de noviembre de 1929 con José Vasconcelos, quien había sido secretario de Educación, pero a éste no lo había vencido su contrincante, sino el propio Calles, quien se encargó de orquestar una elección de Estado para imponer a su candidato, un político que llevaba ocho años viviendo en el extranjero, los últimos tres como embajador de México en Brasil.
Durante los siguientes dos años y medio, se hizo en México la santa voluntad del Jefe Máximo –al punto de que las reuniones de gabinete se realizaban en la casa de éste–, hasta que Ortiz Rubio, harto del papelón que le había tocado desempeñar y hostilizado por los callistas más rojos en el Congreso, presentó su renuncia, al día siguiente de su segundo Informe, el 2 de septiembre de 1932, en medio de la peor crisis económica que haya vivido el país en tiempos modernos.
Igual que Ortiz Rubio con Calles, Sheinbaum se ha dejado conducir por el presidente Andrés Manuel López Obrador, olvidando la máxima de que, cuando dos personas van en un mismo caballo, una va adelante y otra va detrás.
Y ya no sólo es cuestión de que repite textualmente las palabras del tabasqueño. La simbiosis ha llegado a tal punto que López Obrador es quien ha diseñado el plan de gobierno de su potencial sucesora. Lo hizo el lunes, en público, en el aniversario de la Carta Magna y de la toma de posesión de Ortiz Rubio, lanzando un paquete de reformas constitucionales, mismo que ha dicho, sin sonrojarse, tiene el propósito de incidir en la temporada electoral, definiendo el “proyecto de nación” del movimiento político que él encabeza.
Al día siguiente, reunida con dirigentes y legisladores de su partido, Sheinbaum admitió que las 20 iniciativas de reforma anunciadas por López Obrador y enviadas a la Cámara de Diputados “son parte del programa que vamos a presentar el 1 de marzo a la ciudadanía como inicio de la campaña electoral”.
La relación entre el Presidente y su candidata ha roto con una regla que, en buena medida, ha permitido la gobernabilidad del país. Ésta consiste en que el mandatario saliente acepta morir políticamente para que quien lo suceda pueda ejercer la Presidencia sin ataduras. El 7 de septiembre, López Obrador entregó a Sheinbaum un “bastón de mando”, simbolizando el relevo en Morena, pero éste sólo ha resultado ser un trozo de madera.
El poder no se comparte, así que, de ganar ella la elección del 2 de junio, sólo habrá dos posibilidades: que las decisiones de fondo se tomen en la finca de López Obrador en Palenque, hasta donde peregrinarán sus allegados, o que ella rompa con su predecesor, dando pie a un escenario complicado y quizá convulso, en el que la figura de revocación del mandato penderá sobre la cabeza presidencial, como espada de Damocles.
“Iré, en mi gobierno, en materia revolucionaria, hasta donde fueron los señores generales Obregón y Calles”, prometió Ortiz Rubio en un acto de campaña en Guanajuato, el 16 de agosto de 1929, según se consignó en la portada de Excélsior del día siguiente.
Para entonces, Obregón llevaba un año muerto. El único que quedaba para ver cumplida esa promesa era Calles y vaya que lo hizo. Terminada la aventura del Maximato, ningún candidato oficialista demostró tal sujeción al Presidente saliente… hasta ahora.