Tinta y tinte de una mujerValeria Aime Tannos Díaz |
| 24 Oct 2023 - 10:26hrs
La literatura es otra de tantas disciplinas donde la mujer suele ser relegada a segundo plano, sin embargo, a lo largo de la historia ha habido muchísimas mujeres que han logrado no solo cautivar el corazón de sus lectores, sino influir en la literatura como un todo.
Desde Enheduanna, una importante sacerdotisa del imperio acadio que es considerada como la primera escritora de la humanidad por ser la primera mujer que firmó con su nombre sus palabras, hasta la veracruzana Fernanda Melchor, una de las escritoras jovenes más importantes de los últimos años por su novela temporada de huracanes, en la literatura ha habido mujeres que han permeado con sus palabras.
Ya desde la antigua Grecia, donde las mujeres eran poco más que objetos de intercambio, Platón, quien tenía una opinión muy pobre sobre las mujeres, reconocía en Safo de Lesbos a la “décima musa griega” por su capacidad para transmitir con sus poemas. (y sí, la palabra lesbiana hace alusión a la isla de Lesbos, de donde era Safo)
Sin embargo, Platón no ha sido el único en tener esa opinión. Muchas escritoras conscientes de esas opiniones, han terminado firmando sus creaciones con nombres de hombres. Charlotte Brontë firmaba como Currer Bell, Emily Brontë como Ellis Bell, Matilde Cherner como Rafael Luna y un largo etcetera.
Quizá el caso más famoso de pseudónimo sea el de J. K. Rowling, la autora de la saga de Harry Potter quien ha dicho que la editorial la obligó a firmar como “J. K.” para que no se supiera que la escritora era mujer. El primer libro de Harry Potter salió en 1997.
Y cuando no ocurre eso, sucede que la pareja de la escritora se suele llevar los reflectores, como ha ocurrido con escritoras como Simone de Beauvoir, cuyas obras hoy son consideradas como obras precursoras del feminismo moderno.
Se podría decir que algo similar ocurrió en México con la escritora Elena Garro cuya obra ha ido creciendo en popularidad con el paso de los años. Basta caminar por una librería para ver que hoy es más facil encontrar un libro de Garro antes que uno de Octavio Paz.
No se trata de tomar partido por uno de ellos, sino en reconocerle el mérito que ella tiene como escritora, no como esposa del premio nobel de literatura. Su obra de teatro Felipe Ángeles es no sólo un profundo estudio de la revolución mexicana, sino de la misma psique del ser humano en general.
Porque las mujeres no sólo escriben de ser mujer, ha habido mujeres como Virginia Woolf que han dejado una huella imborrable en la literatura, de quien me atrevo a decir que ha sido, es y será tan o más importante como el resto de los premios nobel de literatura que Inglaterra ha tenido (sobre todo considerando, por ejemplo, que Winston Churchill ganó este premio)
Autoras como Agatha Cristie han dejado escuela en el género policial, tanto como lo ha hecho Gabriela Mistral por la poesía o Svetlana Aleksiévich en la crónica periodística con sus crudos relatos que plasman los horrores de la guerra.
Con esa misma lógica de antes, tampoco quiero que se crea que debe de celebrar a las escritoras mujeres sólo por el hecho de ser mujeres, sino reconocer el mérito que ya tienen autoras como Milena Busquets con su intensa novela También esto pasará, u otras como Amélie Nothomb con su agobiante novela Metafísica de los tubos.
En México hemos tenido el privilegio de tener enormes escritoras, que bifurcan entre distintos géneros. Desde las más reconocidas como Elena Poniatowska o Rosario Castellanos hasta las más jovenes como Gabriela Jáuregui o Valeria Luiselli que son muestras de ese talento del que hablaba antes.
En suma, hay de todo y para todos y me parece que es importante ver a esas tintas que retratan a nuestro país, o a uno ficticio. Plumas que nos hablan de la violencia, o del amor o del arte. Me parece justo que después de tantos años de haber estado relegadas, en el mejor de los casos, a las esquinas de las bibliotecas, hoy las voces de esas mujeres tengan más fuerza que antes en esta disciplina, como debería ser en las demás también.
Tal como lo era para Virginia Woolf: No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.