Tinta y tinte de una mujerValeria Aime Tannos Díaz |
| 10 Oct 2023 - 08:59hrs
Uno de mis temas favoritos y de los cuales he pasado horas invertidas en crisis existenciales es el amor, aquel amor romántico que aprendí a los 8 años en la película de la sirenita, o en la cenicienta, en las que siempre llegaban al rescate sus príncipes azules. Ese mismo tema que hoy me trae a estar escribiendo desde una perspectiva más cínica y menos romántica.
A mis cortos 26 años he comprendido que esas películas, en las que el amor siempre triunfa y acaban felices para siempre, no funciona en la vida real. Aquí en nuestro mundo las relaciones amorosas y nosotros, los seres humanos, somos tan complejos y tan diversos que esa pequeña palabra hoy en día crea disputas y debates que rara vez llegan a una conclusión.
Aprendí muy a la mala y con experiencias que me rehusé a replicar que eso no funciona como en la película “Titanic”, o como en la maravillosa comedia “quiero robarme a la novia”, nadie llega a rescatarnos de aquellas decisiones erróneas, nadie llega al altar a decir que se opone a que nos arruinemos la vida con la “persona equivocada”. El amor de nuestra vida no se presenta inesperadamente.
Resulta que el amor es mucho más complejo que sentir mariposas en el estomago; más complicado que decir te amo sin sentirlo, incluso más difícil que estar enamorados de alguien. Implica sacrificios, implica tener un compañero, con todo lo que eso significa. Tener la madurez de aceptar nuestros propios errores y tener la capacidad de no replicar eso que lastima a otras personas.
Recuerdo la primera vez que alguien me rompió el corazón, tenía apenas 16 años cuando sentí que el mundo se me vino abajo, todas mis ilusiones adolescentes se fueron a la basura cuando me di cuenta de que ese chico del que pensé enamorarme no sentía lo mismo. Estaba tan alejada de la realidad y recuerdo que lloré horas y horas hasta quedarme dormida.
Después de esa primera vez que te rompen el corazón parece que las siguientes veces que lo hacen deja de doler; hasta que te vuelves a enamorar y finalmente vives aquel primer amor, ese amor aventurero en el que creces, en el que todo es maravilloso, en el que no sabes cómo funcionan las cosas pero que estás dispuesta a aventurarte y experimentar todo lo que en ese momento quieres.
Los amores que llegan después (si es que no decidimos quedarnos con aquel primero) no son una tormenta, llegan despacio y con calma, y ya no estás convencida a aventarte a aquello que sabes que más adelante podría terminar. En el pasado involucraste tantas cosas que quizá ya no estás dispuesta a darlo todo.
De repente, sientes que llega el que al fin estará toda la vida contigo, ese amor que promete apoyarte y darte todo para hacer que la relación funcione. No te baja la luna y las estrellas, pero te da esa paz y esa estabilidad que necesitas, ese cambio que te hace bien y te hace crecer y madurar a una velocidad extraordinaria.
Puede que ese sea el amor correcto, pero si no lo es, hace falta esperar un poco más para que solita llegue “la persona indicada”; para este amor ya no pasa nada de lo que has vivido antes, seguramente tu vida ha pasado por tantos aprendizajes que aquí ya no necesitas esa estabilidad que ahora sabes que tú misma te puedes dar. Has crecido y madurado tanto que sólo quieres compartir tu aprendizaje con esa persona.
Una de las conclusiones a las que he llegado a mi corta edad y a mi limitada experiencia adolescente en el tema del amor, es más a una cuestión que a una respuesta, ¿existe el amor de nuestra vida? Tal vez sólo encontramos a esa persona que estará acompañándonos, esa persona con la que queremos llegar a la costumbre, con la que queremos desayunar y tomar café por las mañanas.
Entonces, ¿ese compañero es el amor de nuestra vida? Y lo más importante, ¿estamos dispuestos a reconocer ese hecho? Me quedo igual que al inicio de esta reflexión. Probablemente sólo sea un juego de palabras que al final significan lo mismo: tener a una persona para tomar el café cada mañana, o tener a alguien que nos haga querer esa vida.
Lo que sí he llegado a entender es que el amor sí duele y sí son sacrificios que deben hacerse, es total empatía hacia una persona que hasta hace un tiempo era un extraño. El amor y las relaciones interpersonales deben trabajarse todos los días, aunque suene a cliché, pero es verdad cuando dicen que debe cuidarse y regarse como a una plantita.
Una de las formas más bonitas en la que pude entenderlo es con una analogía del libro “El principito” de Antoine de Saint-Exupéry. Se trata de una metáfora sobre cómo el principito ama a una rosa, y quiere cortarla, pero termina por convencerse de que, si alguien ama a una rosa, debe dejarla en su hábitat para que crezca y sea feliz.
El amor es aprender a cuidar y a respetar; saber decirnos a nosotros mismos en qué momento es mejor dejar la rosa en su lugar…