De canciller a presidente

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 15 Jun 2023 - 09:17hrs

De los 65 individuos que han llegado a la Presidencia de México, únicamente siete tuvieron en su experiencia previa el paso por la Secretaría (o Ministerio) de Relaciones Exteriores.


La Cancillería ha sido, tradicionalmente, una mala plataforma de lanzamiento para llegar al Ejecutivo. En tiempos modernos, quienes han querido usarla han fracasado. Entre ellos están Ezequiel Padilla, Jorge G. Castañeda y José Antonio Meade.


En la actual carrera presidencial, Marcelo Ebrard busca lograr algo que nunca se ha realizado con éxito en la historia del país: pasar de manera directa de la Secretaría de Relaciones Exteriores a la candidatura y de ahí a la Presidencia de la República. El lunes pasado Ebrard renunció a la SRE para competir en el proceso interno de Morena para definir al candidato y ayer se registró para participar en la encuesta.


Otros dos que intentarán algo similar son Claudia Ruiz Massieu y José Ángel Gurría, quienes han ocupado dicha cartera, y están entre quienes han manifestado su interés por representar a la alianza opositora Va Por México en los comicios de 2024.


Tres presidentes del siglo XIX habían sido cancilleres antes de alcanzar el máximo cargo político del país: Manuel Gómez Pedraza, José María Bocanegra y Sebastián Lerdo de Tejada. En ninguno de esos tres casos el paso fue directo de un cargo a otro.


La Constitución de 1857 preveía originalmente que la falta del Ejecutivo fuese cubierta por el presidente de la Suprema Corte. Fue así como Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y José María Iglesias llegaron a la Presidencia.


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Sin embargo, el 24 de abril de 1896, durante el Porfiriato, se modificó la Carta Magna para que la responsabilidad de sustituir al Presidente recayera en el secretario de Relaciones Exteriores. Ocho años después, otra reforma creó el cargo de vicepresidente, pero dejó al canciller como pieza de reemplazo en caso de ausencia del presidente y vicepresidente.


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Fue así como Francisco León de la Barra ocupó el Ejecutivo, en mayo de 1911, tras la renuncia de Porfirio Díaz y Ramón Corral. Lo mismo ocurrió con Pedro Lascuráin, luego del asesinato de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, pero Lascuráin duró menos de una hora en el poder, el tiempo necesario para nombrar al golpista Victoriano Huerta como secretario de Relaciones Exteriores. A la renuncia de aquél, éste asumió el poder. Y cuando Huerta fue obligado a huir del país por el Ejército Constitucionalista, se quedó como encargado de despacho el canciller Francisco S. Carvajal.


Como la Constitución de 1917 eliminó dicha facultad, el campechano Carvajal ha sido el último secretario de Relaciones Exteriores en ser presidente. En agosto del año entrante, se cumplirán 110 años de que ningún titular del Ejecutivo tiene en su currículum la Cancillería. Para entonces, Ebrard podría ser presidente electo. Al menos, eso pretende él.


El último secretario de Relaciones Exteriores que, antes de Ebrard, había intentado llegar sin escalas a Palacio Nacional fue Ezequiel Padilla. Canciller del presidente Manuel Ávila Camacho, el guerrerense Padilla –a quien le había tocado la fundación de la ONU– renunció al cargo en octubre de 1945 y lanzó su candidatura por la oposición, en una contienda en la que fue derrotado por el priista Miguel Alemán.


El intento fallido de Padilla descartó a los cancilleres como aspirantes presidenciales durante más de medio siglo. El siguiente que lo intentó fue Castañeda, primer secretario de Relaciones Exteriores del presidente Vicente Fox, quien buscó ser candidato independiente.


Después vino José Antonio Meade, quien ocupó las carteras de Relaciones Exteriores, Desarrollo Social y Hacienda en el sexenio pasado, y, luego de dejar esa última posición, fue candidato presidencial del PRI en 2018, en una contienda que ganó Andrés Manuel López Obrador.


Ebrard, con la experiencia inmediata de la Cancillería, así como Ruiz Massieu y Gurría, con un paso más remoto por esa secretaría, tratarán de romper un maleficio político que ha durado más de un siglo.


 

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