Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 31 May 2023 - 09:09hrs
Morena se esfuerza por tener varias cosas en común con el viejo PRI hegemónico, una de las cuales es contar con un par de partidos satélites.
Si aquel PRI tuvo al PPS y al PARM, Morena tiene al PT y al Partido Verde. A simple vista puede parecer que el arreglo es idéntico, porque tanto los dos primeros como los dos segundos han estado más que felices de formar parte del oficialismo. Sin embargo, si uno se acerca, quedan claras las diferencias.
El PRI usaba al PPS y al PARM para dar la impresión de que el país tenía un régimen de partidos. Cuando en 1976 José López Portillo se quedó solo en la boleta –por la división interna que provocó que el PAN no presentara candidato–, el nombre del aspirante priista apareció tres veces, junto a los emblemas de los partidos que lo habían postulado.
Fundados por Vicente Lombardo Toledano y Jacinto B. Treviño, respectivamente, el PPS y el PARM gozaban, desde luego, de las ventajas económicas de estar en la órbita del PRI, pero nunca tuvieron la capacidad y probablemente tampoco la intención de chantajear al gobierno para mantener su apoyo. Cuando presentaron una candidatura presidencial distinta a la del PRI, en 1988, se fueron para siempre.
Este otro amasijo, que ha formado Morena con el PT y el Partido Verde, es de naturaleza distinta.
El PT se creó durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, al calor de la disputa entre el PRI y el PRD, partido en el que militaba Andrés Manuel López Obrador. Desde el gobierno se pensó que una buena manera de contrarrestar al perredismo era inventarle una competencia por el flanco izquierdo.
Alberto Anaya, su eterno líder, es amigo de juventud del entonces presidente y de su hermano Raúl. Después de haberse sumado al PRD durante los sexenios panistas, el PT estuvo a punto de perder el registro en 2015, pero fue salvado de la muerte política por connotados políticos del PRI –mediante una extraña elección extraordinaria en un distrito de Aguascalientes, donde mágicamente triplicó su votación–, sólo para después darle la espalda a sus benefactores y respaldar a López Obrador en 2018.
Por su parte, el Verde fue en sus orígenes un partido de oposición, fundado por Jorge González Torres. Se sumó, sin registro, a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988. Luego, ya con reconocimiento oficial, lanzó al propio González Torres en 1994. Después, apoyó al panista Vicente Fox en 2000, y a los priistas Roberto Madrazo y Enrique Peña Nieto en 2006 y 2012, respectivamente.
Ecologista sólo de juego, el partido encontró en ese tiempo la manera de hacer jugosos negocios con la política. Igual que el PT, ligó su suerte a Morena hace cinco años, pese a la mala química que existía entre ambos. Fundamental en cimentar dicha alianza fue el senador Manuel Velasco, entonces gobernador de Chiapas.
El PT y el Partido Verde fueron, pues, muy hábiles para saltar del barco del PRI antes de que éste naufragara. Y ahora, cuando el sexenio va hacia su ocaso, han encontrado la manera de chantajear a Morena para obtener prebendas aún mayores.
Ambos –seguramente confabulados– usaron la elección de Coahuila para simular un distanciamiento del partido del gobierno, postulando a sus propios candidatos para el gobierno estatal, lo que obligó a Morena a negociar con ellos. Satisfechas sus demandas, regresaron al redil, dejando colgados a sus aspirantes, Lenin Pérez y Ricardo Mejía, y a los votantes que decidieron creerles.
Es obvio que ni el PT ni el Verde pretendieron competir en serio por la gubernatura. Lo suyo sólo fue una manera de elevarle a Morena el costo de la cohabitación. Y otra cosa que ha quedado evidenciada: Morena no se siente seguro sin sus dos muletas, pues buscó insistentemente un arreglo (a diferencia del PRI, que en 1988 mandó al diablo al PPS y al PARM).
¿Por qué habrá sido? ¿Acaso un súbito temor de que pudieran repetir el experimento luego del destape de la corcholata presidencial favorita?
Vaya usted a saber. Lo cierto es que si antes, en los tiempos del autoritarismo priista, los partidos satélites eran dóciles compañeros de viaje, los de hoy han aprendido a facturar.