Del tapadismo al corcholatismo

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

| 08 Jun 2023 - 09:00hrs

El tapado fue una figura inventada durante la hegemonía priista del siglo pasado. Dicho sistema político debió ir perfeccionando su proceso sucesorio para atenuar los pleitos en la familia revolucionaria que provocaba cada seis años la designación del candidato presidencial.


Un ejemplo de esos problemas se dio en la sucesión de 1940, cuando una parte del Ejército apoyó la candidatura del general Juan Andreu Almazán contra la del también general Manuel Ávila Camacho, aspirante del partido de gobierno. Seis años después, el canciller Ezequiel Padilla renunció al cargo para lanzar su candidatura por parte de la oposición contra la de Miguel Alemán Valdés. En 1952, el general Miguel Henríquez Guzmán –alentado hasta cierto punto por el expresidente Lázaro Cárdenas– compitió con Adolfo Ruiz Cortines.


Terminado ese último proceso, la designación del sucesor cambió radicalmente. Recordemos que en aquellos tiempos el candidato del PRI se convertía en Presidente de la República, pues la oposición era insignificante y, si acaso ésta ponía resistencia, el régimen se encargaba de conseguir los votos suficientes para ungir al sucesor.


Con Ruiz Cortines dejaría de haber una competencia abierta entre quienes buscaban la candidatura del partido, como la que hubo en el primer semestre de 1939 entre los generales Manuel Ávila Camacho, Francisco J. Múgica y Rafael Sánchez Tapia, contienda que no fue de oropel, pues los tres se lanzaron duras críticas, incluso insultos.


A partir de entonces, el Presidente controlaría la sucesión. En los hechos, la designación del candidato quedaría en sus manos, aunque se vistiera como una decisión del partido. Así surgió el tapado, expresión extraída de las peleas de gallos, en las que se ponía una capucha a algunos animales para mantener su agresividad hasta el momento del combate. “Gallo tapado” se llamaba a ese tipo de ejemplares.


Aquella sucesión presidencial de 1958 “se desenvolvió en una atmósfera de fintas e insinuaciones”, describió Gilberto Flores Muñoz, secretario de Agricultura, quien era visto como uno de los favoritos. Otros dos que pintaban eran Antonio Carrillo Flores e Ignacio Morones Prieto, secretarios de Hacienda y Salud. En cambio, nadie daba un quinto por las posibilidades del secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos. Ni él mismo se la creía, entre otras razones, porque el Presidente le había retirado la palabra, como ha contado en estas páginas José Elías Romero Apis. Pero en esa sucesión, recordó Flores Muñoz, “no hubo más pontífice que Ruiz Cortines ni más iglesia que la suya; ofició a solas y resolvió a solas”. El tapado –y destapado– resultó ser López Mateos.


Ayer, en su conferencia mañanera, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que el actual proceso sucesorio es “algo nunca visto, porque durante mucho tiempo fue el dedazo, el tapado, la imposición del presidente; él era el que designaba a su sucesor, estamos hablando de siglos, y por primera vez no hay tapado, no hay dedazo”.


Para comenzar, en esto no se puede hablar de “siglos” porque el sistema republicano del país aún no cumple 200 años (eso será el año entrante). Después, el tapado fue una figura que existió entre los sexenios de Adolfo Ruiz Cortines y Carlos Salinas de Gortari. El último tapado fue Ernesto Zedillo. Ni éste, ya como presidente, ni sus sucesores Vicente Fox y Felipe Calderón lograron imponer al candidato de su partido, mucho menos a su sucesor.


Lo que hoy vemos no es propiamente tapadismo, pero mucho tiene en común con él: un juego de prestidigitación conducido por el mandatario en turno, quien, además, tiene un afán de recuperar para su partido la hegemonía que tuvo el PRI.


Así como Ruiz Cortines y los siguientes seis presidentes aparentaban que la decisión sobre el nombre del candidato no era suya, sino de su partido, López Obrador quiere hacernos creer que una encuesta decidirá quién habrá de contender por Morena en 2024, cuando fue él quien decidió quiénes van a participar en el ejercicio (las llamadas corcholatas) y hasta las reglas con las que jugarán.

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