El rediseño del poder

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 14 Jun 2023 - 08:17hrs

En la entrega del lunes pasado de esta Bitácora, planteé que el presidente Andrés Manuel López Obrador dio cuatro dedazos en lugar uno, pues integró una lista de potenciales sucesores a su gusto y determinó que los tres que resulten perdedores en la encuesta para definir la candidatura presidencial del oficialismo tendrán cargos que se quedarán como una herencia suya para el próximo gobierno, misma con la que intentará mantener su influencia sobre la política del país más allá de 2024.


La columna suscitó diversas reacciones, de las cuales recojo dos: 1) una contextualización histórica, en el sentido de que López Obrador no será el primer presidente en dejar herencias políticas a su sucesor, y 2) el pronóstico de que la persona a la que le toque tomar posesión del Ejecutivo el 1 de octubre de 2024 no aceptará ese intento de injerencia.


Comento la primera. Es verdad que ésta no será la primera vez que un aspirante presidencial frustrado alcance una chamba de relevancia en el siguiente sexenio (aunque en dicho texto no dije que esa parte del plan de López Obrador fuese una novedad).


Lo más frecuente ha sido que esos políticos terminen en la irrelevancia o se queden en la banca temporalmente, pero ha habido varios casos en que no ha sucedido así. Por ejemplo, Manuel Bartlett perdió la candidatura presidencial del PRI en 1988 contra Carlos Salinas de Gortari, pero luego se integró en el gabinete de éste como secretario de Educación Pública, para después llegar a la gubernatura de Puebla.


Cuando se han dado esos casos, su tránsito por la siguiente administración ha sido corto. Se ha entendido por ambas partes como un precio a aceptar o un favor a pagar. En días recientes se ha recordado que el presidente Luis Echeverría dejó como herencia a su sucesor José López Portillo a tres hombres cercanos: Carlos Sansores Pérez, como presidente del PRI; Augusto Gómez Villanueva, como líder de la Cámara de Diputados, y Porfirio Muñoz Ledo, como secretario de Educación Pública. Ninguno hizo huesos viejos en dichos cargos.


Ahora voy sobre la segunda reacción. Si bien es cierto que los presidentes de México de los tiempos modernos han sido muy hábiles en sacudirse a sus predecesores –Lázaro Cárdenas mandó al exilio a Plutarco Elías Calles y José López Portillo hizo embajador a Luis Echeverría en las antípodas–, ningún mandatario en el último medio siglo ha tenido que lidiar con un expresidente tan influyente como seguramente será López Obrador.


López Portillo no tardó mucho en tener un poder comparable al que tuvo Echeverría, arropado por las dos Cámaras del Congreso y la gran mayoría de los gobernadores. Además, contaba con un poderoso y hábil secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, quien rápidamente se deshizo de quienes eran vistos como caballos de Troya del echeverrismo.


El sucesor o sucesora de López Obrador, aunque provenga del mismo movimiento que éste, nada tendrá en comparación. Primero, no contará con la ascendencia del tabasqueño, quien –guste o no aceptarlo– es un líder social como ha habido pocos en la historia reciente; segundo, probablemente tenga que lidiar con un Congreso dividido, que lo (la) mantendrá ocupado(a); tercero, deberá formar su gabinete con gente sin larga experiencia en el servicio público, y, cuarto, difícilmente tendrá las habilidades de comunicación de su predecesor, incluida la capacidad de manipular la agenda pública a su favor.


Es difícil imaginar que un(a) sucesor(a) de esas características va a enviar al exilio a López Obrador; o que le pedirá que sea embajador en Cuba sin su anuencia, o que simplemente no le hará caso.


Por mucho que tenga en común López Obrador con Echeverría, aquél será un expresidente más poderoso y presente en la vida pública de lo que fue éste. Al menos, mientras la salud le dure.


Quien lo suceda en el cargo quizá tendrá ganas de sacudírselo de encima, a fin de ejercer completo el mando, pero también pocos incentivos para convertir ese deseo en realidad y muchos para volverse parte del rediseño del poder político que el tabasqueño ha puesto en marcha.

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