Danza de la lluvia

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 24 Mar 2023 - 09:02hrs

El miércoles pasado, el secretario de la Defensa Nacional, general Luis Cresencio Sandoval, informó que la dependencia estaba considerando “bombardear” las nubes para provocar lluvia en la región del Sistema Cutzamala, que abastece de agua a buena parte de la Zona Metropolitana del Valle de México, antes los bajos niveles que presentan sus presas.


Ahora, entre las muchas tareas que les han asignado a los militares en este país durante el presente gobierno, también está hacer llover.


La técnica que aplicará la Sedena con ese objetivo consiste en usar un avión para dispersar yoduro de plata sobre las nubes. Desde finales de los años 40 del siglo pasado, existe la teoría de que dicho compuesto químico logra que la condensación que forma las nubes se cristalice a temperaturas más altas de lo que ocurre en el proceso natural por el que se genera la lluvia, con lo cual se provoca o se incrementa artificialmente la precipitación.


Sin embargo, dicha técnica, desarrollada en 1946 por los químicos estadunidenses Vincent Schaefer e Irving Langmuir, de General Electric, no ha sido comprobada. Es decir, en Estados Unidos y otros muchos países se han bombardeado las nubes sin poder saber con certeza qué tan efectivo es el procedimiento. Hay veces que han ocurrido lluvias después de hacer esto, pero no se puede saber si ésa ha sido la causa de la precipitación o un simple fenómeno natural que de todos modos habría sucedido.


Los esfuerzos para hacer llover de esa manera se redujeron a partir de los años 80, pero se han retomado con motivo de sequías que pueden atribuirse al cambio climático. En 2016, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos condujo un estudio sobre el tema y llegó a la conclusión de que es “muy difícil mostrar que tenga un efecto importante”.


Habría que saber de dónde salió esta iniciativa de la Sedena, que en años recientes ha venido bombardeando las nubes con yoduro de plata en el norte del país, en estados como Baja California, Chihuahua y Nuevo León (en esa última entidad, a petición del gobernador Samuel García). Como ocurre en cualquier parte del mundo, los resultados de usar esa técnica son imposibles de medir.


El problema es que el compuesto químico en cuestión es muy caro. En páginas especializadas de internet, uno lo puede encontrar a la venta a diferentes precios, pero éstos no bajan de dos o tres dólares por gramo. Así que, de acuerdo con esos datos, una tonelada de yoduro de plata cuesta por lo menos unos dos millones de dólares. Además, al tratarse de un producto tóxico, habría que estar seguros de que su uso no acabe haciendo mayor mal que bien.


Asimismo, sería bueno saber dónde y a quién ha comprado o comprará el gobierno dicho compuesto. Y que haya modo de comprobar dos cosas: que se adquirió lo que se dijo y que se destinó la compra al propósito señalado. En tiempos de campaña, en los que fluye dinero por debajo de la mesa, la transparencia nunca sobra.


Ayer, en Imagen Radio, conversé sobre el tema con José Luis Luege, extitular de la Comisión Nacional del Agua, quien, al tiempo que expresó dudas sobre la eficacia del bombardeo de las nubes, explicó que una de las cosas que ha contribuido a la reducción del caudal del Sistema Cutzamala es la tala ilegal en los bosques que comparten Michoacán y el Estado de México.


“Si quiere contribuir a amainar la escasez de agua, el Ejército debiera mejor combatir las actividades criminales y corruptas en la zona del Cutzamala, como la tala clandestina y los asentamientos irregulares sobre los canales del sistema”, me dijo.


Se entiende que exista preocupación por la sequía que avanza en el Valle de México y otras partes del país, la cual ha llegado a provocar protestas por parte de habitantes de centros urbanos, así como de campesinos. Pero eso no debiera llevar a emplear una técnica cara que no garantice resultados.


Ante la crisis hídrica se necesitan respuestas probadas, no colocar la esperanza en milagros. Para experimentar, da lo mismo poner una ofrenda a Tláloc o hacer una danza de la lluvia.

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