Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 17 Mar 2023 - 08:34hrs
El próximo domingo se cumplirán dos siglos de la abdicación de Agustín de Iturbide. Su imperio, de apenas 301 días de duración, fue el paso entre la Colonia y la República, primer intento de México de gobernarse a sí mismo después de tres siglos de dominación española.
El libertador, quien supo unir a facciones enfrentadas para consumar la Independencia, se convirtió en un monarca incapaz de reconciliar intereses en aras de un proyecto nacional.
Sus últimos días en el poder transcurrieron en medio del caos. Habían estallado rebeliones en varias regiones del país, dirigidas por antiguos jefes insurgentes. Fue obligado a reinstalar el Congreso que él mismo había disuelto cinco meses antes. Quienes creía sus hombres más leales se habían unido a los sublevados, en el Plan de Casa Mata, para reducir sus facultades a un papel meramente ceremonial.
Resuelto a abandonar la capital para refugiarse en Tacubaya, su carruaje fue rodeado por una multitud, en la que se combinaban simpatizantes y detractores, y allí alguien le robó el reloj.
El 19 de marzo de 1823, envió su abdicación al Congreso, por medio de Juan Gómez Navarrete, su compadre y secretario de Justicia, pero no había el quórum para recibirla, pues muchos de los diputados se habían retirado a pueblos cercanos a la capital ante los rumores de que ocurrirían saqueos.
No fue sino hasta tres días después que se conocieron las razones de su renuncia al trono. “Mi sistema jamás será el de la discordia”, explicó. “Miro con horror la anarquía, detesto su influencia funesta y deseo la unidad en bien de la nación”.
Y agregó: “Conocí esta parte rica de la América no debía estar sometida a Castilla. Presumí que ésta era la voluntad de la nación, sostuve sus derechos y proclamé su independencia. He trabajado en su gobierno y abdico a la corona, si la abdicación es necesaria para su felicidad (…)
“Si la nación mexicana, feliz con la felicidad de sus hijos, llega al punto que debe ocupar en la carta de las naciones, yo seré el primer admirador de la sabiduría del Congreso, me gozaré de la felicidad de mi Patria y terminaré gustoso los días de mi existencia”.
Pero el fin del imperio y el posterior fusilamiento de Iturbide –dieciséis meses después, al volver intempestivamente del exilio– no se tradujeron en la felicidad del país.
El historiador José Bravo Ugarte, michoacano como él, escribió estas líneas sobre la abdicación:
“Así terminó, míseramente, sin duración, sin gloria, sin utilidad, el primer gobierno nacional, como bello plan político fracasado (…) Grandes culpables fueron los que, en vez de cooperar con él en el establecimiento del gobierno que la nación pedía, se le opusieron, sirviendo más o menos inconscientemente a los enemigos de la Patria, que deseaban ver a México inconstituido y destruyéndose en guerras civiles. Pero no está exento el mismo Iturbide, por haber desaprovechado la inmensa fuerza nacional del iturbidismo, que dejó debilitarse y ordenó permaneciese inactiva, y por su actitud final, nula”.
Embarcado Iturbide en Veracruz, el país echó a andar un sistema republicano de gobierno de corte federal inspirado en el Plan de Casa Mata.
“México cambió rápidamente de una autonomía nacional a un conjunto de autonomías regionales”, escribe Timothy Anna en El imperio de Iturbide (1990). “Aun cuando sin duda satisfacía las demandas de las élites regionales, este cambio no era necesariamente un paso hacia adelante, como lo muestra la historia del resto del siglo XIX”.
BUSCAPIÉS
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