Año de Pancho Villa, insulto a sus víctimas

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 06 Mar 2023 - 08:26hrs

La madrugada del 12 de diciembre de 1916, la fuerza armada encabezada por Francisco Villa sorprendió en la estación de trenes de Camargo a una partida del Ejército Constitucionalista. Se trataba de soldados muy jóvenes, reclutados en barrios pobres de la Ciudad de México. Hacía mucho frío. Algunos elementos del batallón comandado por el teniente coronel Tirso Hernández se calentaban alrededor de varias fogatas. Otros aún dormían en los vagones estacionados, en los que también se encontraban varias soldaderas con sus hijos pequeños.


Cerca de las seis de la mañana, los villistas abrieron fuego contra los militares carrancistas, quienes, con las manos entumidas por la helada a la que no estaban acostumbrados, respondían con dificultad el ataque. Luego de una hora de combate,  los soldados se rindieron. Los villistas se apoderaron de los trenes, de los que brotaba la sangre de los vencidos.


En el fondo de uno de los últimos vagones, los atacantes descubrieron a las mujeres. Los reportes varían, pero había cerca de un centenar. Muchas de ellas tenían bebés en los brazos, hijos de los hombres que estaban muertos o habían sido apresados. Baudelio Uribe, conocido como El Mochaorejas, uno de los lugartenientes más sanguinarios de Francisco Villa, había comandado el ataque. Se encontraba dando el parte a éste cuando una mujer se acercó para suplicar por la vida de su esposo, luego de que se había dado la orden de fusilar a los sobrevivientes.


—¿Quién es su marido, señora? —preguntó Villa.


—Un simple pagador del gobierno. Él no es combatiente.


Luego, señalando a Uribe, agregó: “Ese señor se lo llevó”. Villa preguntó a El Mochaorejas por el paradero del oficial y éste respondió sin inmutarse: “Ya está en la olla, mi general”. Entonces la mujer se abalanzó sobre Villa, maldiciéndolo, tras de lo cual éste desenfundó su pistola y la mató. La historia, reconstruida por el historiador chihuahuense Reidezel Mendoza en su libro Crímenes de Francisco Villa (2020), con base en el estudio de documentos y testimonios de hombres que combatieron con el revolucionario duranguense, difiere de la que relatan algunos de sus biógrafos apologistas, quienes justifican su actuación esa mañana en Camargo, argumentando que la soldadera había disparado sobre él, sin atinarle.


Mendoza cuenta que Villa estaba de un humor terrible, luego de haber sufrido derrota tras derrota a manos de los constitucionalistas. Después de matar a la mujer, encolerizado, ordenó ejecutar “a todas esas infelices viejas desgraciadas”. Escribe Mendoza: “Las soldaderas fueron llevadas al barranco frente a la estación y acribilladas”. Esa masacre no fue la primera que hacían las fuerzas de Villa. Un año antes, en su paso por San Pedro de la Cueva, en la sierra de Sonora, había asesinado a 74 personas, dejando sus cuerpos apilados al lado de la iglesia. Antes de partir, los villistas se pasaron la noche violando mujeres, de acuerdo con María de Jesús Córdova, cuyo esposo fue fusilado, y al final quemaron el poblado.


Así era el hombre al que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha decidido homenajear este año, en el centenario de su asesinato. Designar 2023 como año de Francisco Villa es un insulto para las víctimas. Hacerles justicia —como a los descendientes de los huérfanos de las soldaderas de Camargo, que viven en Rancho Ortegueño, o los de Celsa Caballero, quien fue quemada viva en Ciudad Jiménez, por esconder a su hija, a quien Villa quería raptar— sería dejar de repetir el mito de Villa como benefactor del pueblo y retratarlo como realmente fue y como lo describieron sus propios compañeros de armas: ladrón, extorsionador, xenófobo, secuestrador, violador, embustero, torturador y, sobre todo, asesino. Y, desde luego, retirar su nombre del muro de honor de la Cámara de Diputados, donde se encuentra desde 1966.



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En 575 páginas, Reidezel Mendoza describe minuciosamente la trayectoria de Villa, masacre por masacre, y menciona por su nombre a centenares de víctimas. Al hacerlo, desnuda a sus apologistas, quienes, claramente, han decidido ocultar, matizar y hasta justificar sus crímenes.

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