Malas compañías

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 14 Feb 2023 - 08:58hrs

“Dime con quién andas, decirte he quién eres” es uno de esos refranes que, en opinión de don Quijote de la Mancha, siempre trae su fiel acompañante Sancho Panza “tan a pelo de lo que tratamos”.


El dicho debe tener no menos de 400 años, pues aparece en la segunda parte de la obra de Miguel de Cervantes, publicada en 1615.


Una sabiduría popular que ha resistido tantos siglos obliga a preguntar qué afán puede motivar al presidente Andrés Manuel López Obrador para tener tan cerca a regímenes tiránicos como los de Cuba y Nicaragua, así como a prodigar simpatías a Pedro Castillo, el presidente peruano que dio un fallido golpe de Estado, y a Vladimir Putin, el hombre fuerte de Rusia que invadió a Ucrania hace ya casi un año.


¿Será que la imagen que quiere proyectar de México en el mundo es de un país que acepta que el líder de otro arremeta a palos contra una multitud desarmada que sólo pide pan y libertad y encarcele a centenares de personas por el simple hecho de protestar, o que ve como algo aceptable que otro tirano del vecindario latinoamericano mande al exilio a más de 200 opositores, después de haberles quitado la nacionalidad, convirtiéndolos, en los hechos, en apátridas?


Porque eso es lo que significa el acompañamiento de los regímenes de La Habana y Managua. Es como invitar a casa al vecino de la cuadra que golpea a su esposa o que echó a la calle a sus hijos, sentarlo en la sala, servirle un trago y todavía decir que el señor tiene razones para actuar como lo ha hecho.


¿En serio queremos los mexicanos andar en esas malas compañías? Porque aquí no sólo se trata del romanticismo ideológico trasnochado de un hombre que, por lo visto, sigue enamorado de las historias guerrilleras del castrismo y el sandinismo –cosa que es muy su derecho–, sino lo que implica para todos los mexicanos que el jefe del Estado entregue al dictador de Cuba la máxima condecoración que nuestra República reserva para un extranjero o que calle ante la deportación masiva de opositores que acaba de hacer el autócrata de Nicaragua.


El presidente repite con frecuencia que cree en la autodeterminación de los pueblos, pero cuando Castillo intentó cancelar las garantías en Perú y gobernar por decreto, el presidente mexicano se metió en el problema ajeno y lo justificó. Y cuando Castillo fue destituido por el Congreso, en un procedimiento que avala la Constitución de ese país, el tabasqueño no guardó silencio –como ahora hace con las trapacerías de Daniel Ortega–, sino que hizo presión internacional para tratar de restituirlo en el cargo, diciendo que México lo reconoce a él.


Y ante la condena inequívoca de buena parte del mundo sobre la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el gobierno siempre anda en búsqueda de pretextos para argumentar que Moscú fue provocado. Recientemente criticó la decisión de Alemania de enviar tanques a los ucranianos para que puedan defenderse –diciendo que fue tomada “por la presión de los medios alemanes”–, olvidando o pretendiendo olvidar que México pidió ayuda a Estados Unidos para hacer frente a la intervención francesa del siglo XIX (que Washington negó para que París no reconociera a los confederados).


Nada gana México con esas alianzas. No nos hace más respetados en el exterior, antes al contrario, nos aleja de nuestros socios naturales, con los que no sólo compartimos intereses económicos, sino valores como los derechos humanos y la democracia.


Deje usted que tengamos suficientes problemas internos como para andar con actitudes protagónicas más allá de nuestras fronteras. Las causas que busca este gobierno son simplemente de pena ajena. ¿O será que en el fondo existe un deseo secreto de ser como aquellos que ya lograron sacudirse a los críticos con la fórmula de encierro o destierro?

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