Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 07 Feb 2023 - 08:14hrs
“El amor acaba”, cantaba José José, a letra de Manuel Alejandro, explicando las razones por las que incluso el más poderoso vínculo entre dos personas puede ir a la nada.
Al poder le pasa lo mismo. En la tradición política mexicana, el enamoramiento cívico con el presidente en turno —incluso el más sincero— se va desgastando con el tiempo, igual que la fuerza del mandatario para hacer que todos bailen a su ritmo.
En el caso de Andrés Manuel López Obrador, lo primero puede no haber menguado tanto como lo segundo. Todavía tiene una popularidad que raya 60%, pero su capacidad para imponer su punto de vista sufre un evidente deterioro.
Fue tal la fuerza con la que el tabasqueño asumió el poder hace 50 meses, que pocos se hubieran atrevido a pronunciar discursos así, incluso en el modo educado que mostraron aquellos tres.
Al aludir al llamado plan B de la reforma electoral, Kuri aseveró que “la democracia es la columna vertebral del México moderno” y que “no hay libertad” sin ella, al tiempo que llamó a restablecer la cordialidad política y a no violentar la Carta Magna.
Creel —de quien López Obrador se mofó apenas el jueves pasado por su decisión de impedir la asistencia de soldados armados en el salón de plenos de San Lázaro— reclamó al Ejecutivo la “falta de diálogo” con el Legislativo sobre los grandes problemas nacionales.
“Todos tenemos derecho de defender nuestras ideologías y posiciones políticas, pero el límite es la Constitución”, le dijo el panista.
Abundó la ministra presidenta: “La independencia judicial no es un privilegio de los jueces, es el principio que garantiza una adecuada impartición de justicia para hacer efectiva las libertades y la igualdad de las y los mexicanos”. Se trata, subrayó, de “la principal garantía de imparcialidad”.
No recuerdo ningún discurso remotamente similar por parte de Arturo Zaldívar, el antecesor de Norma Piña. Tampoco el de un gobernador surgido de la oposición, cuando menos frente al Presidente. Y si bien las opositoras Laura Rojas y Dulce María Sauri habían encabezado la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados durante este sexenio, ninguna de la dos alcanzó el tono combativo que se le escuchó a Creel el domingo.
El único aliado que encontró el Ejecutivo en el estrado fue el presidente del Senado, su correligionario Alejandro Armenta. Y, aunque lo citó, no pudo mencionar su nombre y aludió a él como “senador representante de esa Cámara” (sic).
Lo sucedido en Querétaro es un signo del deterioro del poder presidencial. No es la primera vez que ocurre —queda en el recuerdo la interpelación de Porfirio Muñoz Ledo al presidente Miguel de la Madrid, en el último Informe de éste—, pero pocas veces con tanta anticipación. Esto último quizá sea resultado de la decisión del mandatario de adelantar la sucesión presidencial, como no lo había hecho ninguno de sus antecesores.
BUSCAPIÉS
Si ocurrió alguna falta de protocolo en la ceremonia del domingo en Querétaro no fue que la ministra presidenta de la Suprema Corte haya permanecido sentada cuando entró López Obrador en el Teatro de la República —en esta República, el Ejecutivo no está por encima de los otros Poderes—, sino que a ella y al presidente de la Cámara de Diputados los hayan colocado casi en la orilla del estrado.