Bitácora del directorPascal Beltrán del RÃo |
| 07 Oct 2022 - 08:56hrs
Más allá de las razones por las que Tatiana Clouthier renunció al gabinete —¿fue su oposición a la presencia de los militares en las calles o fueron sus diferencias sobre la manera de enfrentar las inconformidades de Estados Unidos sobre la política energética?—, su salida representa una pérdida para el flanco moderado del lopezobradorismo.
O lo que es lo mismo: una ganancia para los radicales, los intransigentes, los ultras, que también son los abyectos, las cajas de resonancia del Presidente, sus barberos. De por sí eran pocos los colaboradores de éste que se atrevían a discrepar públicamente de sus opiniones y decisiones, característica esencial de los moderados en la llamada Cuarta Transformación. Conforme se acercan los momentos de mayor estrés del sexenio, se van cerrando los espacios dentro del oficialismo para expresar puntos de vista distintos a los de Andrés Manuel López Obrador.
La hija de Maquío Clouthier ya había visto revertida, en una conferencia mañanera, su promoción de una Norma Oficial Mexicana que consistía en imponer una nueva verificación de los autos a partir de los cuatro años de antigüedad.
Luego, quedó atrapada entre las quejas estadunidenses por el trato privilegiado que dispensa el gobierno mexicano a Pemex y la CFE, en detrimento de empresas de aquel país, y el discurso radical del Presidente, que rechaza toda sugerencia de echar atrás las modificaciones en la legislación mexicana que entran en contradicción con el T-MEC.
El 12 de septiembre pasado, mismo día en que visitó México una delegación estadunidense para participar en la reunión del Diálogo Económico de Alto Nivel, la todavía secretaria de Economía me dio una entrevista, en la que me dijo, sin asomo de duda, que no estaba de acuerdo con el activismo de las corcholatas ni tampoco con la participación de militares en labores de seguridad pública.
Le pregunté sobre ambas cosas porque había sido mencionada en la primera lista de posibles sucesores, esbozada por López Obrador, y porque, desde la campaña de 2018, defendió la idea, junto con el hoy Presidente, de que soldados y marinos debían regresar a sus cuarteles. En su edición del 13 de septiembre, Excélsior cabeceó en primera plana: “Entrevista con Tatiana Clouthier. ‘El Ejército no debería jugar rol de seguridad’”.
Pese a que ayer la funcionaria renunciante leyó su carta de despedida en la conferencia mañanera, las razones de su decisión se quedaron en el aire. “Ya no aporto”, se limitó a explicar. “Fue por razones personales”, expresó una y otra vez el Presidente. Y así, López Obrador se va quedando sólo con quienes asienten a todo y repiten mecánicamente sus dichos. La discrepancia se ha vuelto la mejor manera de conseguir un boleto de salida sin retorno.
Cuenta la historia que en los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, José Stalin ordenó una ataque contra las fuerzas alemanas que resistían en la ciudad bielorrusa de Bobriusk, último reducto nazi en territorio soviético. El dictador comunista quería la operación en una sola acometida, pero el general a cargo, Konstantín Rokossovski, opinó que era mejor hacerlo en dos acometidas para evitar bajas entre su tropa.
—Sal de aquí y piénsatelo mejor –vociferó Stalin.
Al volver al despacho, Rokossovski insistió en su idea, por lo que Stalin lo volvió a mandar a la sala de espera, donde fue presionado por Viacheslav Molotov y Lavrenti Beria, los hombres de mayor confianza del líder de la URSS. “Tienes que estar de acuerdo”, le advirtieron. El general fue invitado a regresar.
—¿Y bien? –preguntó Stalin.
—Dos acometidas –respondió el militar.
Se hizo el silencio y Stalin preguntó: “¿Puede ser que dos acometidas sea lo mejor?”. Finalmente, el plan de Rokossovski fue aceptado. Sus fuerzas atacaron el 24 de junio de 1944, por el norte de la ciudad, y tres días después, por el sur. La ofensiva acabó por completo con los nazis.
Durante las purgas estalinistas, Rokossovski había sido encarcelado y torturado. Luego, fue rehabilitado para subsanar la falta de generales para pelear la guerra. La historia recuerda a quienes sostienen sus puntos de vista, pese a las consecuencias políticas e incluso los graves peligros para su persona, y olvida a los serviles y convenencieros.