Bitácora del directorPascal Beltrán del RÃo |
| 05 Oct 2022 - 09:24hrs
Ojalá hubiera dicho que quienes le gritaron, la insultaron y la corrieron no honran la memoria del movimiento estudiantil, pues éste buscaba una apertura democrática del régimen de entonces; que la Plaza de la Constitución, el espacio público más importante del país, no tiene dueño; que él, como Presidente de la República, está obligado a velar por los derechos de todos los mexicanos y que va a hacerlo.
Pero, no. Lo que escuché decir a López Obrador en su mañanera del lunes fue casi una justificación de lo sucedido, porque, a decir de él, antes sólo se escuchaba la voz de los poderosos y ahora se hace presente “la voz de la calle”, aunque esa última, la que calló a Dresser, es la de un puñado de militantes de Morena, el partido del gobierno, donde se enseña y se aprende que en México no hay otra opinión que valga más que la del Presidente.
También me hubiera gustado escucharlo decir que cualquier denuncia sobre espionaje a un ciudadano de este país va a ser tomada con seriedad e investigada hasta sus últimas consecuencias, sobre todo si la denuncia es contra el gobierno o, más aún, contra las Fuerzas Armadas, porque éstas no están para servir a ningún político que está de paso por un cargo público, sino para salvaguardar la integridad de la nación.
Pero, tampoco. El Presidente, quien había dicho tajantemente que su gobierno no había contratado el sistema de espionaje Pegasus, justificó en su mañanera de ayer las labores de inteligencia que llevan a cabo los militares, y afirmó que “no hay elementos” para decir que éstos hayan espiado a las personas que lo denunciaron. Y agregó, en relación a uno de los quejosos, el académico y escritor Ricardo Raphael, que ni que él fuera tan importante o interesante para espiarlo o siquiera para leer sus artículos, lo cual es un agravio adicional, y, con ello, quizá haya querido decir que, si la persona lo ameritara, sí se le espiaría.
Me hubiera gustado escuchar al Presidente asumir como un hecho grave el hackeo que sufrió la Sedena. Que, como comandante en jefe de las FA, ordenaría una investigación por la forma en que se vulneró la seguridad nacional y que pediría al general secretario que acudiera ante el Congreso para dar explicaciones, como lo hizo la ministra chilena de Defensa, Maya Fernández —nieta de Salvador Allende— cuando el mismo grupo de hackers extrajo información de los servidores militares de ese país. Pero, me quedé igual. El tabasqueño minimizó el hecho. Dijo que todo lo que se ha revelado ya se conocía, lo cual, como él bien sabe, no es verdad: no eran públicas, entre otras cosas, los detalles sobre su salud, ni el influyentismo que ejerce su círculo cercano para atenderse en el Hospital Militar —mientras el ISSSTE se cae a pedazos—, ni los planes para crear una aerolínea administrada por la Sedena, cosa que no permite la ley, pues ésta ya administra un aeropuerto. Y deje usted que no quiera que el general secretario vaya al Congreso: ni siquiera quiere que vaya a la conferencia mañanera.
Bastaban unas cuantas frases, que no dijo, para poner en silencio a la oposición y a sus críticos. Para, cuando menos, crear la impresión de que él sí respeta la ley y cree genuinamente en la democracia y en el Estado de derecho y que siempre dice la verdad. Pero, en lugar de eso, lo que escuchamos todos fueron las palabras de un hombre parcial, que insultó el intelecto de todos al decir que los militares hacen inteligencia y no espionaje, a pesar de que los propios documentos hackeados a la Sedena dan cuenta de la compra de un software de monitoreo remoto a la empresa que, casualmente, comercializa Pegasus, y pese a que una institución académica independiente confirmó que los teléfonos de los tres denunciantes fueron infectados por ese sistema en concreto.
Lástima, Presidente. Hubiera sido muy bueno escuchar otra cosa.