Alito de Troya

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 12 Sep 2022 - 08:51hrs


Como pintan las cosas, el Partido Revolucionario Institucional difícilmente llegará a celebrar su centenario, dentro de seis años. La ruta de autodestrucción sobre la que lo ha colocado su dirigente nacional, Alejandro Moreno Cárdenas, parece irreversible.


Entregado a Morena, el PRI sólo tiene dos futuros posibles: ser una mala copia del Partido Verde y languidecer hasta extinguirse, o sufrir una muerte rápida, haciéndose el harakiri, con la postulación del propio Alito como candidato presidencial en 2024.


Para desgracia de los priistas, que confían en que algo queda de vida a su partido, la única incógnita que colorea su porvenir es cuánto tiempo seguirá siendo útil al gobierno. Rescatarlo parece misión imposible, pues el campechano se adelantó a sus críticos, minando el camino hacia la dirigencia.


Por su parte, los socios aliancistas del PRI están en la negación, primera etapa del proceso de duelo. Los dirigentes del PAN y el PRD aún esperan que Alito recapacite, resistiéndose a entender que el regalo que el gobierno les había dejado en la puerta estaba envenenado. Su desconcierto me recuerda al de los incautos a los que se transa un embaucador. Se los tuvo que decir el gobernador queretano Mauricio Kuri con todas sus letras: esa alianza ya se pudrió.


No se requieren muchas luces para intuir lo que llevó a que la diputada priista Yolanda de la Torre presentara, el 2 de septiembre, su inopinada iniciativa para prolongar la participación de las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública.


Ninguna urgencia había en presentar esa iniciativa desde ahora. La clase política —y eso incluye a la oposición y al actual oficialismo— ha sido especialista en patear el bote. Sabemos, desde hace años, que viene hacia nosotros un tsunami de pensiones y nada se hace al respecto. El Instituto Federal de Telecomunicaciones trabaja desde hace meses sin tres de sus siete comisionados y nadie puede convencer al Presidente de enviar sus propuestas para llenar esos huecos.


Si ya se sabía que se requeriría esa extensión, ¿por qué no se presentó la iniciativa antes? Si aún faltan más de dos años para que venza el plazo, ¿por qué no se presentó después? Si el PRI está tan convencido de que las Fuerzas Armadas son indispensables en la lucha contra la criminalidad —aunque el gobierno les ordene no incomodar a los cárteles—, ¿por qué no haber aprobado también la iniciativa para encuadrar a la Guardia Nacional en la Secretaría de la Defensa?


Así que la iniciativa de De la Torre no es por responsabilidad con el país. Si tanto le preocupa al gobierno que se venza el plazo, ¿por qué no provino la iniciativa del Ejecutivo o de las bancadas oficialistas? ¿Por qué la exposición de motivos de la propuesta de la legisladora priista es tan escueta?


Si a eso sumamos los cuchicheos del secretario de Gobernación (El Dos) con Moreno y De la Torre el día de la entrega del Cuarto Informe de Gobierno, la víspera de la presentación de la iniciativa, y el anuncio de la gobernadora de Campeche, Layda Sansores, de que dejará de exhibir audios de conversaciones del presidente del PRI, el cuadro está completo. Para no verlo, hace falta no querer.


Lo que el gobierno le sabe a Alejandro Moreno y que, naturalmente, debe ser peor que lo que ya había divulgado Sansores y que sirvió para chantajearlo, quizá nunca lleguemos a conocerlo. Lo seguro es que una vez que alguien ha cedido al chantaje ya nunca más sale del redil. Lo poseen.


Pero hay algo que no cuadra en toda esta historia. ¿Para qué hacer tan obvia la explicación? ¿Por qué no ahorrarse los abrazos de Adán Augusto López y las palabras al oído? ¿Para qué tenía que salir a escena la gobernadora Sansores? ¿Por qué no manejar todo esto debajo del agua? ¿Dónde queda el pudor?


Le di vueltas a esa duda hasta que me acordé de un pasaje de La guerra de Galio, la magnífica novela de Héctor Aguilar Camín sobre política, periodismo y poder. ¿Por qué son tan obvios?, pregunta el historiador Carlos García Vigil a Galio Bermúdez, oscuro funcionario de segunda fila de la Secretaría de Gobernación. La respuesta es contundente: porque la idea es que se note.


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