Bitácora del directorPascal Beltrán del RÃo |
| 06 Sep 2022 - 10:48hrs
El domingo, casi 62% de los electores chilenos rechazaron en un plebiscito el proyecto de nueva Constitución, elaborado entre julio de 2021 y julio de 2022 por una convención constitucional. El proyecto había surgido como solución política al estallido social de octubre de 2019, provocado inicialmente por el incremento en las tarifas de transporte público. En octubre de 2020 se realizó un plebiscito para consultar a la ciudadanía sobre la idea de redactar una nueva Carta Magna, la cual fue aprobada por casi 80% de los votantes.
En mayo de 2021, los chilenos volvieron a las urnas para elegir a los convencionistas, quienes integraron una asamblea paritaria, con representación equitativa de géneros y participación de los pueblos originarios del país. De allí surgió el proyecto de nueva Constitución, que fue sometido a plebiscito el domingo pasado. Antes, en el otoño de 2021, se realizaron la primera y segunda vueltas de la elección presidencial chilena, en la que resultó elegido el izquierdista Gabriel Boric, quien tomó posesión el 11 de marzo.La mesa parecía puesta para que los llamados “octubristas” —quienes participaron en las manifestaciones de 2019— se impusieran a la clase política tradicional, sacando adelante una Constitución a su imagen y semejanza.
El proyecto recogía gran parte de las aspiraciones de ese grupo: otorgó al Estado un “rol social” y declaró al país como “pluriétnico y ecologista”; decretó la representatividad equitativa de las diversidades y disidencias sexuales; reconoció todas las formas de familia y los derechos de los animales; creó una defensoría de la naturaleza; garantizó el derecho a la democracia directa en los asuntos de interés público; eliminó el Senado y lo sustituyó con una Cámara de las Regiones; creó tribunales de justicia indígenas… En suma, redactó el acta de nacimiento de una nación utópica, algo más parecido a un programa de gobierno que a una Constitución. Pero se olvidó de incluir en las negociaciones a los sectores de centro izquierda y centro derecha para que ellos también vieran reflejadas sus aspiraciones.
Al principio, pocos políticos tradicionales se atrevieron a discrepar del proyecto, pero poco a poco se fue incubando el descontento. Una de las primeras que se atrevió a hablar contra él fue la senadora democristiana Ximena Rincón. Detrás de ella siguieron muchos más. Incluso el presidente Boric advirtió que el texto tenía partes poco razonables. Pero los promotores estaban decididos a sacarlo adelante. Entre ellos, el Partido Comunista, que calificó su aprobación como “la madre de todas las batallas”.
Sin embargo, el rechazo no paraba de crecer, fertilizado por la crisis económica y la aparición de la criminalidad y el vandalismo. Vuelto obligatorio el voto, una cifra inusitada de ciudadanos participó en el plebiscito: 13 millones, cinco millones más de los que acudieron a las urnas en la elección presidencial. El proyecto de nueva Constitución recibió una paliza: perdió en 338 de las 346 comunas del país.
¿Qué lecciones debe extraer México de ese proceso? Igual que en Chile, los partidos tradicionales fueron rechazados por el electorado, pero eso no significa que el país se haya vuelto homogéneo. Si el grupo que llegó al poder no toma en cuenta las aspiraciones de los diferentes grupos que conviven en un país plural, bien puede verse en minoría, de un momento a otro y de forma inesperada.
Al apostar por la polarización, el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha marginado a varios sectores de la población, como los movimientos feminista y ecologista, los universitarios, los religiosos y la clase media.
En la actual lucha por la sucesión, la jefa de Gobierno capitalina, Claudia Sheinbaum, y sus simpatizantes actúan como los puros, los cuatroteístas radicales, a la manera de los octubristas chilenos. El sector más duro dentro del oficialismo cree que la lealtad social a una idea es inquebrantable y se olvidan que factores como la violencia y la carestía pueden contribuir a resquebrajarla.
Quizá de lo único que se ha dado cuenta es que mientras las elecciones sean libres, puede darse un vuelco político como el que sucedió el domingo en Chile, y de ahí su ofensiva para desprestigiar al INE.