Isabel II: serenidad en medio del cambio

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

| 09 Sep 2022 - 09:03hrs



Estaba por estrenarse la película La Reina, en la primavera de 2007, cuando fui a comer con una persona bien versada en los usos y costumbres de la comunicación social del gobierno federal durante los años del autoritarismo del siglo pasado.


Intercambiábamos nuestras expectativas sobre el filme, que sería nominada a seis premios Oscar —entre ellos, el que ganó la protagonista Helen Mirren—, cuando mi interlocutor repentinamente se acordó de un dato que capturó mi atención.


—Busca en los archivos de Excélsior —me dijo. Seguramente encontrarás allí una foto de la visita a México de la reina Isabel II en 1975. Te vas a sorprender… porque nunca se publicó.


—¿No la publicó Excélsior? —pregunté.


—Nadie lo hizo. El gobierno lo prohibió.


En cuanto volví a la redacción, pedí que me localizaran la foto que me había descrito. Y, efectivamente, ahí estaba. Había sido tomada durante su estancia en Guanajuato. La monarca aparecía en conversación con el gobernador del estado, Luis H. Ducoing, y otro de sus anfitriones. La imagen no llamaría la atención de no ser por un perro callejero que se había echado a los pies de Isabel II. Atrás de ella, un guarura se contorsionaba, tratando de correr al can.


La historia detrás de la foto era la siguiente: Para anunciar la llegada de la distinguida visitante a una de las bellas plazas de la ciudad colonial, los organizadores lanzaron un cohete que, al estallar, hizo que el perro saliera despavorido… y terminó en medio de la comitiva oficial. El hecho no hizo que se inmutara la reina, quien siguió atenta a la plática.


Las autoridades de entonces decidieron censurar la foto, con el poder de decisión que tenían sobre el contenido de los periódicos, porque les habrá dado vergüenza. A mí, en cambio, me pareció y me sigue pareciendo un ejemplo del carácter imperturbable de Isabel II, quien ayer falleció, a los 96 años de edad, luego de 70 años de reinado. Desde luego, la publicamos en portada.


Tal serenidad será extrañada en un mundo en el que es de lo más común encontrar a personas ofendidas por cualquier cosa y en el que sobran los dirigentes caracterizados por la estridencia y su proclividad a armar escándalos para hacerse notar.


Una de las mayores virtudes de la reina era dar una impresión de estabilidad en un país que estaba cambiando rápidamente, de potencia imperial a “hombre pobre de Europa”, de sociedad predominantemente blanca a crisol de culturas. Isabel II fue la capitana que condujo a su país por ese mar de transformación embravecido y consiguió, mediante el uso del poder suave. acrecentar el prestigio internacional de Reino Unido.


El reconocimiento mundial que ha surgido con motivo de su muerte es bien merecido: supo rectificar cuando mostró una faceta de insensibilidad ante el fallecimiento de la princesa Diana; fue impávida frente a las tragedias de su “annus horribilis” (1992), que incluyeron el incendio de su castillo favorito, y dio ejemplo de reconciliación cuando saludó de mano al vicepremier de Irlanda del Norte, Martin McGuinness, excomandante del ERI, organización que asesinó de un bombazo a su primo Louis Mountbatten.


La muerte de Isabel II ha dejado al mundo casi desprovisto de líderes. Es triste decirlo, pero éstos son cada vez más escasos. Con ella ha desaparecido un faro de paciencia y buen juicio para navegar en estos tiempos rápidamente cambiantes.


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