Referéndum

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

.

| 29 May 2024 - 09:01hrs

Difícilmente otro líder se atrevería a someter estos mismos resultados a la prueba de las urnas.


Ningún presidente en funciones había declarado abierto el juego de la sucesión con tanta anticipación. Andrés Manuel López Obrador lo hizo el 11 de marzo de 2021, cuando aún no había cumplido 40% del periodo para el que fue elegido. En la conferencia mañanera de ese día, declaró que ya tenía visto un “relevo generacional”, lo cual desató las especulaciones sucesorias.


Hoy ese proceso llega a su fin. Este miércoles termina la etapa formal de las campañas, pero, sobre todo, culmina un periodo de tres años y dos meses en que la discusión pública se vio consumida por el futurismo político, pues el presente nunca dio mucho de qué hablar.


¿Por qué decidió el mandatario dar la impresión de que su sexenio se terminaba anticipadamente? Quizá porque le permitía fugarse hacia adelante y obligar a que el tema de conversación siguiera siendo él, sólo él.


Anteayer, López Obrador hizo la que pudiera ser la última demostración de su histrionismo en el sexenio: convertir la elección del domingo en una evaluación de su mandato.


“Más que una elección, lo del domingo es un referéndum, un plebiscito, una consulta. No es nada más elegir a las autoridades, elegir al partido, es elegir el proyecto de nación que queremos”, manifestó.


Hay que concederle que se requiere mucha sangre fría para ello. Difícilmente otro líder con sus resultados se atrevería a someterlos a la prueba de las urnas.


Tome usted casi cualquier indicador y la gestión presidencial sale reprobada contra sus propias promesas.


Se comprometió a un crecimiento económico de cuatro por ciento promedio anual y entregó uno, la mitad del de Estados Unidos, pese al incesante incremento de nuestras exportaciones a ese país. Se trata de una cifra que no habíamos visto en seis sexenios y que nos coloca entre los sotaneros de la OCDE.


Ofreció reducir el número de homicidios dolosos a la mitad, mediante su política de “abrazos, no balazos” y de “atención a las causas”, pero los crímenes de sangre escalaron hasta convertir a su sexenio en el periodo más violento desde la Guerra Cristera.


Prometió mejorar la educación, pero el rendimiento académico perdió el leve impulso que llevaba y la deserción escolar alcanzó un nivel no visto en tiempos modernos.


Imaginó la autosuficiencia alimentaria y lo que se materializó fue un récord en la importación de alimentos.


Garantizó que Pemex sería un motor de la economía, pero se convirtió en un lastre. Realizó la “segunda nacionalización de la industria eléctrica”, pero el sexenio termina en medio de apagones. Construyó un aeropuerto en el que casi no hay pasajeros; una refinería que hasta ahora no produce un solo barril de combustible, y un tren que ha sido noticia por la afectación al medio ambiente, así como sus retrasos, sus recorridos incompletos y un descarrilamiento.


Dio por extinguida la corrupción, pero prácticamente ningún presunto responsable está en la cárcel y el ambiente se está poblando de indicios sobre la existencia de nuevos actos de patrimonialismo.


Como le digo, se requiere temeridad para poner ese palmarés a la deliberación de los electores. Cualquier otro, con esos números, fingiría no entender nada y dejaría que su potencial sucesora brillara con luz propia y no se viera obligada a presentarse como la segunda parte de él.


Pero, por lo visto, López Obrador espera que, como siempre, se le juzgue por sus intenciones, no por sus logros. Y que siga siendo él el centro de la atención pública.


Después del domingo, el tabasqueño tendrá el reto de competir con la cargada que –siguiendo la tradición política mexicana– acompañará todos los días y a todas partes a la candidata triunfadora del proceso electoral.


No cabe duda que será una tarea complicada, incluso para un político avezado en protagonismo y entusiasta de la autocomplacencia como es él.

Más entradas de Bitácora del director