Lo construyó... y no llegaron

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 04 May 2022 - 09:33hrs



En la película Campo de sueños, el granjero Ray Kinsella (Kevin Costner) escucha un extraño susurro que lo conmina a trazar un terreno de beisbol en su maizal. 


“Constrúyelo y él vendrá”, asegura la voz. 


Pese a la extrañeza que su relato causa en todos, Kinsella hace caso. Tira una buena parte de lo sembrado y levanta postes de iluminación, un backstop y una pequeña grada, convencido de que en el nuevo campo de beisbol se apersonará un pelotero ya muerto, expulsado del deporte por un escándalo de apuestas en la Serie Mundial de 1919. 


Con semejante determinación, el presidente Andrés Manuel López Obrador se empeñó en construir el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. “Constrúyelo y las aerolíneas vendrán”, parece haberle dictado su voz interior. 


A diferencia de lo que sucede en la película, acá nadie se aparece voluntariamente. Desde su reconversión en aeropuerto civil, la antigua base militar de Santa Lucía no ha tenido muchas más visitas que las tolvaneras que recorren el oriente del Valle de México cada primavera y algunos curiosos. 


No es un problema del edificio terminal. Éste, igual que el parque de beisbol de Kinsella, parece estar bien construido. Lo que pasa es que se encuentra –como Iowa– en medio de la nada. Hasta ahora, pocos se animan a hacer el largo recorrido hasta Zumpango para tomar uno de los pocos vuelos disponibles. Y los que sí, se topan con que es difícil conseguir siquiera un café porque casi nadie ha ocupado los locales comerciales. 


Las escasas salidas y llegadas que registra el AIFA desde su inauguración tienen de mal humor al mandatario. En una conferencia mañanera reciente, contó que había hablado con el presidente de una aerolínea para pedirle que metiera más vuelos y así lo dejaran de criticar sus “adversarios”. Cuando éste le dijo que uno de los existentes –el de Villahermosa– no había tenido mucha demanda, López Obrador lo corrigió diciéndole que el problema era que salía “muy temprano”. 


Lo cierto es que el AIFA no contaría siquiera con esos pocos vuelos si el Ejecutivo no le hubiera torcido el ala a las aerolíneas para que tuvieran alguna presencia allí. 


 ¿Quién, como pasajero, quiere trasladarse el triple o cuádruple de la distancia para iniciar el mismo viaje que puede hacer desde el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México? ¿Quién lo haría sabiendo que, en caso de cancelación de su vuelo, no podría tomar otro, sino hasta el otro día? ¿Qué aerolínea querrá operar allí, consciente de que tendrá la mitad o menos del pasaje del que aborda en el Benito Juárez? 


El lunes se supo que el gobierno federal sacará un decreto que limitará las operaciones del saturado AICM, con la esperanza de que eso se traduzca en que varios vuelos migren a Santa Lucía. Sin embargo, esa lógica omite el hecho de que, quizá, las aerolíneas prefieran cancelar esos viajes que volar con pérdidas


 Si el AIFA fuera exitoso, el Presidente no tendría que preocuparse por convencer a las aerolíneas. Éstas llegarían solas, como el pelotero Shoeless Joe Jackson y sus proscritos coequiperos de los Medias Blancas de Chicago al campo de los sueños de Ray Kinsella. 


 Ficciones aparte, ¿qué se puede hacer ahora para que el Felipe Ángeles no se quede como un aeropuerto subutilizado o, peor, como elefante blanco? Los expertos dicen que tendría sentido convertirlo en aeropuerto de carga, pues se encuentra cerca del Arco Norte y la autopista México-Pachuca. También dicen que el AIFA podría acoger las operaciones gubernamentales. Eso descongestionaría el Benito Juárez en cerca de 20%. 


 Si el Presidente atiende dichas recomendaciones, quizá se pueda recuperar algo del dinero público gastado en un proyecto que se presentó como una mejor opción que continuar la construcción del aeropuerto de Texcoco. 


Claro, López Obrador podría soñar, a la manera de Ray Kinsella, en que saldrá una gran cantidad de vuelos comerciales desde su aeropuerto. Pero a diferencia de la película, en la que mágicamente llegan los jugadores y el público a gozar de la obra, en este caso es el mercado, y no la imaginación de un guionista, el que dicta el final de la historia. 


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