Del dedazo al bastonazo

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 11 Sep 2023 - 09:08hrs

“Usted no volverá a verme”, avisó el presidente Adolfo Ruiz Cortines a su secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos, luego de informarle que él sería el candidato del PRI a la Presidencia de la República.


De hecho, ambos llevaban meses sin verse. Como cuenta José Elías Romero Apis en Poder y deseo. La sucesión presidencial en México —el libro que escribimos en coautoría y que recientemente entró en circulación—, Ruiz Cortines había dado la impresión de retirarle la palabra a su secretario del Trabajo, en lo que públicamente lucía como una humillación hacia un subalterno pero que, en realidad, era una estrategia para despistar a los aspirantes más conspicuos, a los seguidores de éstos y a mirones de palo como los que cada seis años jugaban —y siguen jugando— el juego de adivinar quién será el siguiente mandatario.


“Deje de hacer lo que está haciendo y prepárese, porque mañana tendrá un día muy ocupado”, conminó Ruiz Cortines a López Mateos, en la sorpresiva llamada telefónica que hizo a su domicilio, aquella noche de noviembre de 1957.


En esos momentos, el futuro candidato se emborrachaba solo, luego de haber presidido una comida con sus colaboradores para decirles que él no sería el favorecido por el dedazo de Ruiz Cortines y que los dejaba en libertad de replantear su futuro político, integrándose, si así lo deseaban, en algún otro equipo político. Antes de colgar la llamada, el presidente le dijo que no volverían a verse.


Horas antes, en Los Pinos, Ruiz Cortines había escuchado pacientemente los resultados de la auscultación que había realizado el líder del PRI, misma que había arrojado una lista de tres finalistas para ganar la postulación del partido —lo que en aquellos tiempos equivalía a convertirse en el siguiente presidente de la República—, ninguno de los cuales era López Mateos.


Cuando Ruiz Cortines le informó que el candidato presidencial sería el secretario del Trabajo, el dirigente tricolor puso cara de sorpresa y replicó que ese nombre nunca le había sido mencionado por los auscultados. “A usted quizá no, pero el cajón de mi escritorio está lleno de cartas de adhesión al licenciado López Mateos. No será necesario que se las muestre, ¿verdad?”.


Desde que la no reelección llegó para quedarse —luego del homicidio del presidente electo Álvaro Obregón, en 1928—, todos los presidentes han intentado designar a su sucesor, en un intento de controlarlo o, al menos, de poner en la silla a alguien que le cumplirá favores o no lo meta en la cárcel.


Asesinado el hombre que heredaría su poder, Plutarco Elías Calles inauguró el Maximato, una etapa que duraría hasta 1936, cuando Lázaro Cárdenas lo envió al exilio. En los siguientes sexenios, se desarrollaría una mecánica sucesoria en la que el presidente tenía el derecho de nombrar por sí solo al candidato de su partido, pero a cambio de alejarse para siempre de la toma de decisiones una vez que entregara el poder. Así fue como surgió el juego de El Tapado, en el que se permitía que la opinión pública especulara sobre quién sería el favorecido y quedara la impresión de que el nombre del candidato era producto de la voluntad popular.


Estilos aparte, los presidentes en turno siempre habían cuidado un aspecto: que, por muy obvio que fuera el peso fundamental de su decisión, no se pudiera decir que ellos habían designado a quien deseaban que se convirtiera en sucesor. Por eso, la frase de despedida de Ruiz Cortines a López Mateos.


La noche del jueves pasado, el presidente Andrés Manuel López Obrador rompió esa regla. Lo hizo al entregar un bastón de mando a Claudia Sheinbaum y con las fotos que ambos se tomaron en el Templo Mayor, mismas que él se encargó de publicar.


Según López Obrador, la decisión de que Sheinbaum sea la candidata fue tomada por el “pueblo” a través de una encuesta, pero entonces ¿por qué esforzarse que se notara a quién deberá ella su postulación y eventual llegada al poder? Eso no lo había hecho ningún presidente de la era moderna.

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