Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 10 Jul 2023 - 08:50hrs
El primer político mexicano del que tuve amplia referencia fue Porfirio Muñoz Ledo. Mi padre hablaba de él con verdadera devoción. Habían sido compañeros de estudios universitarios en París y lo tenía por un hombre de una inteligencia singular. No llegaría a ser presidente, lamentaba él, porque en México a las personas brillantes no se les valora con justicia ni se aprovecha cabalmente su talento.
Lo vi, de niño, en casa de Víctor Flores Olea, otro amigo de mi padre. Lo recuerdo conversando allí en fluido francés con alguien cuyo nombre se me escapa. Lo conocí años después, cuando se iniciaba mi carrera en el periodismo. Fue en la casa paterna de Cuauhtémoc Cárdenas, en la calle de Andes, en las Lomas de Chapultepec, cuando ambos –ya rota su relación con el PRI– andaban fraguando lo que sería el Frente Democrático Nacional.
Era fácil percibir lo que me habían contado de él. Muñoz Ledo siempre estaba pensando. Suponía yo que estaba calculando las variables de la acción política, sopesando la palabra exacta que impactara en sus interlocutores. Lo indudable es que, cuando abría la boca, generalmente salía un discurso sembrado de citas de libros y anécdotas ilustrativas.
Es probable que una parte de lo que decía fuera producto de su imaginación o de la exageración, pero hablaba con tal pasión y convicción que era inútil refutarlo. Muñoz Ledo siempre iba un paso adelante en la argumentación.
Sería imposible hablar aquí en detalle de su trayectoria en la política: dirigente nacional del PRI, secretario del Trabajo y de Educación, presidente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, senador de minoría que ponía en aprietos a la mayoría, líder del PRD y negociador de la reforma electoral de 1996, presidente de la Cámara de Diputados, embajador en Bruselas, candidato a gobernador de Guanajuato y a la Presidencia de la República.
No hubo una sola de esas actividades en las que Muñoz Ledo pasara desapercibido. No concebía no jugar siempre el papel de protagonista. “Mejor ser cabeza de ratón que cola de león”, decía con frecuencia. Entrevistarlo implicaba entrar en un esgrima verbal. Veía venir las preguntas de lejos y sabía dar la nota. O, mejor dicho, ser la nota.
La parte más fecunda de su trayectoria ocurrió a mediados de los años 90, cuando el régimen priista entendió que sus contradicciones lo habían llevado a un callejón sin salida y había que negociar una transición democrática con lo oposición. Ahí Muñoz Ledo, en su calidad de presidente del PRD, negoció hábilmente para lograr una reforma que abrió la puerta a que la oposición arrebatara al PRI, por primera vez, la mayoría en la Cámara de Diputados.
Terminado ese proceso electoral e integrada la nueva Legislatura, el mismo hombre que había interpelado al presidente Miguel de la Madrid en su último informe se encargó de responder –1° de septiembre de 1997– el tercero del presidente Ernesto Zedillo, ante quien explicó la realidad política que se acababa de inaugurar.
“Lo que en última instancia significa el cambio democrático es la mutación del súbdito en ciudadano”, le dijo. “Ninguna ocasión mejor que ésta para evocar el llamado que, en los albores del parlamentarismo, el justicia mayor de Aragón hacía al entonces monarca para exigirle respeto a los derechos de sus compatriotas: ‘Nosotros, que cada uno somos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos’”.
Amigo de Olof Palme y Mário Soares, Muñoz Ledo fue uno de los primeros y más estudiados proponentes de la socialdemocracia en México. Nunca dejó de pensar en la manera de poner en práctica políticas de izquierda, pero eso no le impidió dar prioridad a la democracia y las instituciones y tomar distancia de políticos con los que había trabado una alianza si llegaba a considerar que éstos habían traicionado sus propósitos iniciales.
Muñoz Ledo murió el domingo, 35 años después de las elecciones de 1988. Poco antes advirtió que al presidente Andrés Manuel López Obrador –a quien él puso la banda presidencial– lo había mareado el poder y había confundido la realidad con la ficción.