¿En serio van por la continuidad?

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 20 Jun 2023 - 09:11hrs

Como los niños que hace medio siglo jugaban con las corcholatas que tenían en el reverso la foto de un jugador de futbol, el presidente Andrés Manuel López Obrador tiene a las suyas perfectamente alineadas en el tablero.


Todos se aprendieron el discurso: de lo que se trata en 2024 es seguir con la “transformación”.


Algunos le ponen de su cosecha diciendo que van a construir un segundo piso sobre la casa que se ha levantado este sexenio –o metáforas semejantes–, pero ninguno de los aspirantes a la candidatura presidencial del oficialismo se atreve a brincarse las trancas y señalar los errores y omisiones en que ha incurrido este gobierno.


Si de por sí es difícil diferir con el jefe, imagínese cuando éste es el Presidente de la República y no hace una sola autocrítica. Es más, la semana pasada afirmó que no ha habido un solo muerto por la actual ola de calor, cuando las propias secretarías de salud de algunos estados gobernados por Morena habían informado sobre varios casos. 


Las corcholatas no tienen espacio para criticar. El discurso oficial es que todo está bien y no hay por qué cambiar. Los equivocaciones y malas prácticas son invenciones de los adversarios y medios comprados para tratar de hacer ver mal al gobierno, se asegura. El partido ya les dijo que ésta no es una competencia de personalidades, sino una gira nacional para hablar de las maravillas de la autodenominada Cuatroté. Así que nada de debates entre ellos.


¿En serio, quien gane la encuesta hará campaña diciendo que habrá continuidad?


Es decir, ¿no propondrá un cambio de estrategia en la política de seguridad, cuyo logro ha sido convertir al sexenio en el más violento de la historia desde la Guerra Cristera?Quien se convierta en candidato o candidata –porque nadie cree en esa entelequia de coordinar los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación– ¿repetirá que el sistema de salud del país, como está administrado, será muy pronto como el danés?


No sé si el ganador de la encuesta vaya a atreverse a decir “continuidad la suficiente, pero habrá que hacer cambios”, o si incluso ésa es una herejía tan grande que, sea quien sea la persona ungida, no osará pronunciarla.


Pero ¿acaso hay un futuro promisorio con la actual política energética, que apunta hacia el pasado y miente al mundo –como hizo recientemente la CRE– sobre el avance de las fuentes limpias de electricidad?


En México pueden ocultarse los traspiés, maniatando al Inai, pero, cuando éstos comiencen a ventilarse en el extranjero y a afectar la relación con otros países y disminuir la atracción de inversiones, ¿qué dirá el sucesor o sucesora, si es que proviene de Morena? ¿Que ha sido parte del “movimiento”, pero siempre estuvo en contra de tales o cuales políticas? ¿Alguien se lo creerá?


Lo que las corcholatas digan en estos 70 días se quedará como su discurso en la campaña formal. Y de lo que sostengan entonces, no habrá modo de desdecirse en los cargos que lleguen a ocupar. La independencia de criterio que querrán tener en el futuro necesitarían construirla desde ahora, pero están en la lógica contraria: la excesiva adulación.


El presidencialismo mexicano ha sobrevivido porque, tarde o temprano, cada mandatario ha reconocido su incapacidad de seguir mandando después de la finalización de su encargo.


Incluso durante el periodo más acendrado del autoritarismo priista, el dedazo se disfrazaba como un consenso en el seno del partido oficial. Pero ahora es público que la competencia entre corcholatas surgió en una cena que encabezó el Presidente.


Negar la posibilidad de que se den cambios en el próximo sexenio contraviene las costumbres que han permitido la estabilidad política de que ha gozado el país. Cada toma de posesión, desde 1940 a la fecha, ha significado un reinicio, una renovación, una recirculación de aire.


El Cuarto Reich, con todo su poderío militar, supuestamente iba a durar mil años, pero apenas alcanzó la docena. Pensar que la política no requiere cambios y que los grandes desafíos nacionales no merecen discusión es una apuesta arriesgada.

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