Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 02 May 2023 - 08:44hrs
La palabra alcahuete deriva de un vocablo árabe, al qawwad, usado para nombrar al mensajero que hacía llegar regalos al marido de una mujer, enviados por otro hombre que deseaba despistarlo a fin de tener vía libre para conquistarla a ella.
En el siglo XIII, el vocablo llegó a nuestra lengua para designar a la persona que concierta, encubre o facilita encuentros amorosos, generalmente ilícitos.
El presidente Andrés Manuel López Obrador decidió llamar ayer “gran alcahueta” a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ante la eventualidad de que ésta rechace las reformas al vapor que aprobaron, a instancia suya, los senadores de su movimiento político, en una desaseada sesión realizada la noche del viernes y madrugada del sábado en el patio de la Casona de Xicoténcatl, convertida en sede alterna de esa Cámara.
Proclive a poner apodos a falta de argumentos, el tabasqueño elevó así sus ataques contra el máximo tribunal, cuya ministra presidenta,Norma Piña, fue blanco la semana pasada de una inédita exhibición de odio –realizada por integrantes de un grupo de presión que se hace llamar Frente Nacional Obradorista–, que le endilgó diversos insultos, al tiempo de que bloqueó la entrada del edificio central de la Corte.
Habrá que esperar a que se presenten recursos contra la avalancha de cambios legales que aprobó el Senado en un lapso de cinco horas, pero no sería raro que los ministros reparen en las violaciones al procedimiento legislativo que ocurrieron esa noche y no tardaron en ser señaladas por los reporteros que cubrieron la sesión –entre ellos, nuestra compañera Leticia Robles de la Rosa– y los observadores del quehacer parlamentario.
Una muy obvia fue el uso de una solicitud de licencia, supuestamente presentada a la Mesa Directiva por parte de la senadora Claudia Balderas, quien estaba representando a la Cámara alta en la reunión interparlamentaria México-Unión Europea, en Bruselas. Balderas pide separarse del cargo de forma indefinida, para permitir que su suplente, Tanya Viveros, rindiera protesta y se incorporara a la sesión, en la que el quórum pendía de un hilo. Sin embargo, aquélla siguió participando en las actividades de la reunión a la que había acudido –por lo que el Senado llegó a tener 129 integrantes, lo cual es una irregularidad evidente– y se sospecha que la firma al calce de la carta que aparece en la Gaceta Parlamentaria no la estampó la legisladora, sino alguien quien olvidó rematarla con tres puntos en forma de triángulo como hace ella.
Otro tuvo que ver con la reforma a la Ley de Ciencia y Tecnología, que ameritaba una reunión de comisiones unidas, pero como no podía convocarla el presidente de la comisión madre, el priista Jorge Carlos Ramírez Marín –quien apoyaba la toma de la tribuna de la sede del Senado–, el llamado corrió a cargo de los secretarios de la comisión, el morenista Gilberto Herrera y la verde ecologista Alejandra Lagunes. El problema es que esta última no se encontraba en la improvisada sesión de pleno, en el patio de la Casona de Xicoténcatl, como consta en las 21 votaciones que se realizaron esa noche, de acuerdo con el reporteo de Robles de la Rosa, y, sin embargo, apareció su firma. Pese a éstas y otras anomalías, el presidente López Obrador insistió ayer en que la sesión –que se realizó luego de una visita de los senadores del oficialismo a Palacio Nacional– no tuvo nada de ilegal. “Hay mayoría simple, la mitad más uno, que es lo que se requiere para reformar una ley. Entonces, ¿dónde está la ilegalidad?”, cuestionó.
Pero el problema no es simplemente aritmético. Hay antecedentes de rechazo de la Suprema Corte a reformas que atropellaron el procedimiento parlamentario. Uno de ellos ocurrió en agosto de 2022, cuando los ministros rechazaron, por unanimidad, los cambios a la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión realizados en 2017, que obligaban a los comunicadores a distinguir entre contenidos informativos y de opinión. No recuerdo que, en esa ocasión, hace ocho meses, el Presidente haya llamado “alcahuetes” a los ministros. En este caso, si se llega a eso, la Corte estaría simplemente haciendo su trabajo. Si el proceso se volvió un cochinero, los únicos culpables son la prisa y el agandalle con que, incitados por su líder, actuaron los senadores oficialistas.