La coladera

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 18 Abr 2023 - 09:34hrs

“¡Cómo no vamos a defender nuestra independencia, nuestra soberanía!”, reclamó ayer el presidente Andrés Manuel López Obrador, al comentar las revelaciones que hicieron las autoridades de procuración de justicia de Estados Unidos, el viernes pasado, al anunciar procesos legales en contra de una veintena de integrantes del Cártel de Sinaloa por traficar fentanilo hacia Estados Unidos.


Los detalles de la conferencia de prensa de los titulares del Departamento de Justicia y de la DEA –en la que se mostró la manera en que el grupo de Los Chapitos importa precursores químicos de China y exporta fentanilo procesado a la Unión Americana– molestaron mucho al mandatario. Sin negar los hallazgos de la investigación, calificó a ésta de “intervención abusiva y prepotente que no debe aceptarse bajo ningún motivo”.


En varias de sus conferencias mañaneras, el tabasqueño había negado que México fuese un país fabricante de ese opioide sintético, pero la información que se dio a conocer en Washington dejó poco margen para la duda, pues allá se acusó a empresas e individuos, citados por su nombre, de “proveer precursores químicos a los cárteles de la droga en México para la producción de fentanilo destinado a mercados estadunidenses”.


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El Presidente se quejó de la manera en que el gobierno del país vecino se hizo de la información. “¡Cómo van a estar espiando!”, aseveró. “No se pueden estar haciendo actos de espionaje, además, para saber qué están haciendo nuestras instituciones de seguridad”, agregó, en referencia a la publicación de documentos filtrados del Pentágono que hablan de tensiones entre el Ejército Mexicano y la Armada de México, cosa que tampoco negó, aunque tildó de “propaganda de mal gusto y nada amistosa”.


Al arremeter contra el gobierno estadunidense, López Obrador parece olvidar que la mayor violación a nuestra soberanía –si por ese concepto se entiende la capacidad de hacer y aplicar las leyes en el territorio propio– la realizan los grupos criminales. Éstas creían en la globalización antes de que se hablara formalmente de dicho proceso económico. La eficacia con la que importan y exportan productos ilegales deja atónito al más aferrado partidario del libre comercio. Su dominio sobre vastas porciones del territorio nacional constituye una burla para las autoridades constituidas. La imagen de éxito que proyectan los capos –y a veces hasta el más humilde de los halcones– no se consigue en la escuela y, sin embargo, va permeando la cultura del país.


Es difícil de entender que el Presidente no asuma esos hechos como un reto a su poder, como sí lo hace con la crítica interna y externa. No sé qué tanto de la información que se dio a conocer en Washington –en el contexto de la acusación contra Los Chapitos– sea producto de escuchas telefónicas o de la infiltración del grupo criminal, es decir, del espionaje. Sin embargo, es indudable que una parte de los datos ya estaba en los periódicos, como, por ejemplo, las incautaciones de precursores químicos procedentes de China, de los que el gobierno mexicano no informa a Pekín, como alegó recientemente la vocera de su cancillería. Y no son sólo los ingredientes del fentanilo los que logran entrar en el país, sino también la cocaína procedente de Sudamérica. Si esos productos, así como las armas que usan los delincuentes, traspasan nuestras fronteras, es en parte, sí, porque hay quien los envía, pero también porque no se aplica cabalmente la ley aquí en México, ya sea por ineficacia o por corrupción.


En agosto de 2021 relaté aquí cómo en un viaje de ida y vuelta por carretera, entre Hermosillo, Sonora, y Tucson, Arizona, nadie me revisó nada en territorio mexicano: ni el pasaporte ni la cajuela del coche. En esos mismos días, el gobierno mexicano había llevado a juicio por negligencia a los fabricantes de armas en Estados Unidos. No sé cuánto ha cambiado la situación en la frontera norte desde entonces, pero, a juzgar por los hechos, a lo largo de esos 3 mil 100 kilómetros de límite terrestre, más otros mil 150 kilómetros en el extremo sur del país y 11 mil kilómetros de litorales, México es una auténtica coladera, lo cual refleja una imagen escuálida de soberanía.

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