Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 18 Ene 2023 - 08:15hrs
Celerino Hernández Mena es un empresario veracruzano metido en política. En 2021 fue elegido alcalde de Tancoco, un pequeño municipio huasteco, ubicado a 145 kilómetros al sur de Tampico.
“Desde 2010 me he dedicado a dar empleos”, relató el viernes pasado, en una charla con reporteros, luego de asistir a un acto de transparencia en Xalapa.
Contó que las mismas personas a las que él antes empleaba en giros agrícolas, de la construcción y comerciales, “ya no quieren trabajar”. ¿La razón? Los programas sociales con los que el gobierno federal ha inundado la localidad de seis mil habitantes, donde uno de cada dos está cubierto por ellos.
“Lo que tú nos dabas antes ahora nos lo da el gobierno, y sin hacer nada”, le dicen los pobladores de Tancoco. “Estaba comparando la inversión que nos dan como municipio, y los recursos federales los superan por muchos miles de pesos”, explicó Hernández Mena, quien es militante de Morena.
“Yo les digo, desde otra visión, pensando en ser un municipio productivo, ‘vamos a hacer esto, vamos a hacer lo otro’, pero ahora no quieren, así que estoy operando solo (…) Creen que con los recursos que les mandan ya no van a tener que trabajar”, agregó.
En Tancoco, que significa lugar de palomas en idioma huasteco, existen todos los programas sociales, informó el presidente municipal: apoyos a adultos mayores, becas para estudiantes, Jóvenes Construyendo el Futuro, Sembrando Vida, etcétera.
“Les están dando el pescado en la boca y ya no quieren pescar. Yo no digo que esos programas sean malos, pero debieran seguirse lineamientos para otorgar los apoyos. Lógicamente, la gente se está haciendo dependiente de ellos”.
En México, los programas sociales nunca han servido para sacar a los pobres de su condición. Cuando ha disminuido el número de mexicanos en pobreza, ha sido por la vía del empleo.
Durante el sexenio del presidente Felipe Calderón, pregunté a uno de sus secretarios de Desarrollo Social si el programa Oportunidades había logrado que algunos beneficiarios dejaran de requerir la ayuda. Cuando me dijo que sí, le pedí datos para publicarlos. Me interesaban las historias de quienes hubieran conseguido romper las cadenas de la dependencia con la ayuda gubernamental. La información nunca llegó y en Excélsior realizamos un reportaje para tratar de probarlo o desmentirlo por nuestra cuenta. Y encontramos esto: niños cuyos padres recibían ayuda de Oportunidades y que la habían recibido de programas anteriores, como Solidaridad y Progresa, lo mismo que sus abuelos. Es decir, los pobres se mantenían, generación tras generación, atados al asistencialismo.
Estoy seguro que si replicamos ese ejercicio hoy en día, encontraremos lo mismo. Con un agravante: el actual gobierno no tiene, siquiera como propósito de fachada, sacar adelante a los pobres. Incluso presume como un logro que un alto porcentaje de mexicanos sean receptores de dinero de programas sociales (más allá de que sus datos no sean necesariamente precisos).
Como ha admitido en un par de ocasiones recientes el presidente Andrés Manuel López Obrador, la ayuda a los pobres es una “estrategia” que garantiza el apoyo político hacia su movimiento. Por eso, el que el número de pobres haya aumentado en la primera parte del sexenio, viene como anillo al dedo para el oficialismo. Mientras más personas estén sujetas a la ayuda, mayor el apoyo político. Yeidckol Polenvsky, cuando era dirigente de Morena, lo había ilustrado así: “Cuando dejan de ser pobres, no se acuerdan de quién los sacó”.
En un país con tantas desigualdades como México, los programas sociales deben existir. Pero éstos tienen que ser dirigidos sólo a quien lo requiere, con resultados medibles y con el objetivo de que los beneficiarios prescindan de ellos cuando hayan logrado superar la situación de apremio.
Cualquier otra cosa fomenta la dependencia, como dice el alcalde morenista de Tancoco, y crea un condicionamiento que se traduce en la obligación de votar por el partido que da la ayuda.