La silla embrujada

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 08 May 2025 - 09:59hrs

¿Qué clase de maldición produce la Presidencia de la República para quien la ocupa y para sus familiares, que a muchos los lleva al exilio, y, a casi todos, a desaparecer de la vista del público cuando acaba el tiempo del poder?


¿Será tanto el dolor de la pérdida de autoridad, que se vive como un duelo y genera la necesidad de poner tierra o muros de por medio? ¿No es supuestamente la Presidencia el “máximo honor” que puede conferirse a un mexicano? ¿Por qué, entonces, terminar huyendo, ocultándose de los demás?



¿Son tantos los agravios que dejan los presidentes que no pueden volver a ver a sus compatriotas a la cara? ¿Estará realmente embrujada la silla presidencial, como advirtió Emiliano Zapata?


No, no es una casualidad. De los 65 mexicanos que la han ocupado, 27 se han ido del país al terminar su gestión, temporalmente o para siempre. Es decir, más de cuatro de cada diez.


De los 33 que decidieron quedarse en México –no cuento aquí los cinco que murieron durante su gestión y nunca llegaron a ser expresidentes– muy pocos quisieron o pudieron retomar su vida anterior, como si se hubieran extraviado en el tránsito entre el mundo en el que alguien está pendiente de sus necesidades más básicas y sus deseos más extravagantes, y el otro mundo, en el que, hoy en día, tienen que cargar ellos mismos la maleta y el celular.


De los 27 expresidentes desterrados, seis murieron en el extranjero; otros tardaron muchos años en regresar, y unos más no tienen para cuándo hacerlo, o vuelven a México en visitas cortas, esporádicas y discretas, cuidadosos de no llamar la atención, con el riesgo –ya visto en el caso de Ernesto Zedillo– de que cualquier palabra suya puede valer una campaña de ataques desde Palacio Nacional.


Quienes decidieron permanecer aquí se encerraron en una jaula dorada, lugar para rumiar su nostalgia o canalizarla en la redacción de unas memorias que quizá –y sólo quizá– verán algún día la luz, y cuya lectura y discusión, en todo caso, no durará mucho, porque la esencia de ser expresidente es dejar de importar.


Hoy sabemos que el ansia de partir no sólo asalta a quienes detentaron el poder más grande de la República, sino también a sus familiares.


En días recientes se conoció que la esposa de Andrés Manuel López Obrador, la ex no-primera-dama Beatriz Gutiérrez Müller, se presentó ante las autoridades de España para reclamar su derecho de ser súbdita del rey Felipe VI. Suponemos que para así poder emigrar, pues ¿para qué más serviría?


 


Aquí no se trata de si doña Beatriz tiene o no derecho a tomar la nacionalidad española. Desde hace casi tres décadas, la Constitución permite tener las nacionalidades que sean, además de la mexicana. Y las verdaderas democracias, como sucede en España, garantizan los derechos a todos, incluso a quienes hablan y actúan en contra de los intereses del país en cuestión.


Tampoco es tema principal la incongruencia muy evidente de la señora Gutiérrez, quien fue artífice de la exigencia de su marido de que el monarca español se disculpara por acciones realizadas hace cinco siglos por una dinastía y un país que ni siquiera son los suyos. Y es que la congruencia es menos común de lo que se piensa. No, aquí se trata más bien –para mí– de la sorprendente capacidad que tiene nuestro sistema político de escupir a quienes antes encumbró, así como de la perecedera sensación de seguridad que impregna a quienes viven bajo el manto de la Presidencia de México.


Ese futuro ancho que se percibe mientras se acaricia el cargo, de repente se vuelve tan estrecho como un pasillo de evacuación.


BUSCAPIÉS


*Como se esperaba, el primer humo fue negro. Tardó en aparecer en la boca de la chimenea de la Capilla Sixtina, entre cuyas paredes se realiza el cónclave del que saldrá como Papa uno de los 133 cardenales participantes. Una hora adicional a lo que se demoró en 2005 y 2013, cuando fueron designados Benedicto XVI y Francisco. Pero si los antecedentes dicen algo, el retraso de ayer será anecdótico y la aparición del nuevo Pontífice en el balcón de la Basílica de San Pedro ocurrirá hoy o mañana.

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