6 de julio

Bitácora del director

Pascal Beltrán del Río

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| 06 Jul 2022 - 09:29hrs




Hoy se cumple un cuarto de siglo de un momento trascendental de la democracia mexicana.


Hasta ese momento, el dominio del PRI sobre la política nacional se mantenía casi incólume, luego de 68 años. La oposición sólo había arrancado cuatro gubernaturas al tricolor: las de Baja California, en 1989; Chihuahua, en 1992; Jalisco, en 1994, y Guanajuato, en 1995, todas ganadas por el PAN.Pero pasó que ese día, el 6 de julio de 1997, los priistas cedieron a sus rivales otros tres gobiernos estatales: Nuevo León, Querétaro y el Distrito Federal, entidad, esta última, que elegía por primera vez a su Ejecutivo local.


Y no sólo eso: por primera vez en la historia posrevolucionaria, el partido fundado por Plutarco Elías Calles perdía el control de la Cámara de Diputados, misma que tendría que cambiar su régimen de gobierno para que participara en él la oposición, ganadora de 261 de los 500 escaños.


Estrella de esa noche fue el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, a quien le tocaría estrenar la jefatura de Gobierno capitalina, luego de derrotar al priista Jesús Silva Herzog y al panista Carlos Castillo Peraza. El resultado en la Ciudad de México representó una bocanada de oxígeno para el PRD, que se había mostrado incapaz de ganar una posición importante, luego de fracasar en las contiendas para las gubernaturas de Michoacán y Tabasco, y para la Presidencia de la República.


Y fue, sin duda, un nuevo impulso para Cárdenas, quien pudo vislumbrar, así, un tercer intento de llegar a Los Pinos, la Residencia Oficial creada por su padre. El PAN se reforzó con las gubernaturas de Querétaro y Nuevo León –ganadas por Ignacio Loyola y Fernando Canales Clariond, respectivamente–, elevando a seis el número de sus gobiernos estatales, y colocando en la pista de la sucesión presidencial de 2000 a Vicente Fox, quien ese mismo día hizo públicas sus intenciones de buscar el cargo para no dejar el paso franco a Cárdenas, convertido de inmediato en favorito.


Probablemente nada de eso habría sido posible de no haber existido un órgano autónomo para regir la elección federal. El Instituto Federal Electoral (hoy INE), ciudadanizado el año anterior, con base en los acuerdos negociados entre la oposición y el gobierno de Ernesto Zedillo, tuvo su primera prueba en ese julio de 1997 y salió bien librado. Quedaban atrás los comicios manejados por el Ejecutivo en turno, que frecuentemente fueron motivo de escándalos y acusaciones de fraude.


Parece que todo lo que le relato sucedió hace una eternidad, pero apenas estamos hablando de 25 años. Sin esa elección, no se puede explicar la alternancia en la Presidencia de la República en 2000, que, como digo arriba, Fox se propuso ganar tres años antes.


La etapa que se inauguró entonces, y que duraría hasta 2018 –conocida como la Partidocracia– fue de luces y sombras. Por un lado, el país comenzó a experimentar el pluralismo político y puso límites al poder que había acumulado la Presidencia. También se crearon instituciones autónomas para mantener a raya la discrecionalidad en la toma de decisiones.


Sin embargo, ese arreglo no sería de larga duración pues terminaría mordiéndose la cola. Al abrirse el club del poder al PAN y al PRD, los viejos partidos opositores desarrollaron muchos de los vicios del PRI, entre ellos, la corrupción. Peor aún, los protagonistas de la Partidocracia acabaron cubriéndose unos a otros las trapacerías. La sociedad civil, que había jugado un papel decisivo en el desmantelamiento del régimen de partido de Estado, entró en reposo. Consideró terminada su labor con el desbancamiento del PRI de la Presidencia de la República, y no fue lo suficientemente incisiva en obligar a la clase política a servir a la nación y no servirse de ella.


Todo ello abrió el camino para la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador. La ciudadanía despertó de su letargo y, como Jesús en el templo, descubrió la podredumbre y corrió a patadas a quienes venían ejerciendo el poder.


A partir de 2018, entró nuevamente en un largo sueño, confiada –como antes– en que un solo hombre puede cuidar de sus intereses mientras duerme plácidamente. Sospecho que para cuando espabile de nuevo, no le gustará lo que va a ver.




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