Bitácora del directorPascal Beltrán del Río |
| 02 Abr 2024 - 08:33hrs
Un proceso de autodestrucción que se inició hace casi 28 años prácticamente ha vaciado al servicio público mexicano de cuadros experimentados para enfrentar las necesidades del país en un mundo que cambia a gran velocidad, al grado de que será muy difícil para la próxima presidenta de la República integrar un equipo de gobierno competente.
Pregúntese con quiénes cuentan las candidatas Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez en caso de ganar las elecciones. ¿Quiénes, con conocimiento profundo de los temas –y, mejor aún, con experiencia de gobierno– integrarían el próximo gabinete presidencial? Lo más seguro es que se quede usted, como yo, con un puñado de nombres y una montaña de dudas.
Durante varias décadas del siglo pasado, para llegar a ser secretario de Estado –o “secretario de despacho”, como lo designa la Constitución– había que pasar varios filtros. Algunos de ellos eran políticos, pero otros tenían que ver con la trayectoria en la administración pública.
Tome un caso cualquiera. Digamos Pedro Ojeda Paullada, secretario del Trabajo en el gobierno de José López Portillo y de Pesca en el de Miguel de la Madrid. Antes de llegar a esos cargos, había sido director de asuntos jurídicos de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, oficial mayor de la Secretaría de la Presidencia y procurador General de la República.
Dicha práctica fue posible por la larga sucesión de gobiernos surgidos del PRI y llegó a costarles a varios de aquellos altos funcionarios el mote de “todólogos”, pero lo cierto es que el régimen de entonces muy pocas veces improvisaba en el nombramiento del equipo cercano del Ejecutivo.
Las cosas comenzaron a cambiar a partir finales de los años 70, cuando el gabinete comenzó a nutrirse de tecnócratas que tenían como característica haberse formado en universidades del extranjero. Entre ellos estuvo el propio Miguel de la Madrid, quien estudió un posgrado en Harvard. Detrás de él vinieron otros más jóvenes, como Carlos Salinas de Gortari (quien también pasó por Harvard), Ernesto Zedillo (Yale), Pedro Aspe (MIT), Jaime Serra Puche (Yale), Guillermo Ortiz Martínez (Stanford), Luis Téllez (Harvard) y Francisco Gil Díaz (Chicago).
Dicha generación vio cortadas sus alas por dos hechos políticos. El primero, la XVII Asamblea Nacional del PRI, en septiembre de 1996, que –como reacción al asesinato de Luis Donaldo Colosio y el ascenso de Ernesto Zedillo a la Presidencia– decidió imponer candados a quienes aspiraran a ser candidatos del partido, y el triunfo del panista Vicente Fox en la elección presidencial de 2000.
A partir de ese año fue más difícil para los tecnócratas formados durante los últimos sexenios del PRI hegemónico acceder a los altos cargos en el gobierno. Aun así, algunos lograron mantenerse en el servicio público, particularmente en Hacienda. Aún hay algunos que provienen de esa camada, como el subsecretario Gabriel Yorio, quien hizo una maestría en Georgetown.
En los gobiernos de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, los pocos tecnócratas que siguieron contratados tuvieron que convivir en el gabinete con políticos que formaron parte de los equipos que ayudaron a esos presidentes a llegar al poder. En esos tres sexenios, no privaron ni los ascensos paulatinos a la antigua ni el apantallamiento de los posgrados.
En el actual periodo presidencial, la experiencia en el gobierno dejó de ser criterio para llegar al gabinete. De los titulares originales de las 17 secretarías de Estado no militares, sólo ocho tenían experiencia de gobierno (cinco a nivel federal y tres a nivel estatal).
En este sexenio han imperado seis cosas en cuanto a los colaboradores del Ejecutivo: concentración de las funciones en el Presidente, en detrimento del gabinete; preferencia de los encargos sobre los cargos; lealtad por encima de la capacidad; adelgazamiento del aparato gubernamental; descalificación de los expertos, especialmente los educados en el extranjero, y deterioro de los salarios de los servidores públicos.
Ese proceso de autodestrucción mostrará sus peores consecuencias hasta ahora en el sexenio que se iniciará dentro de apenas seis meses, como veremos mañana.